En el vestíbulo con chapines rojos,
triste final de piernas venosas,
me reconocerás por una cicatriz en la rodilla
cuando me agache a recoger los inviernos perdidos.
Te diré entonces que abandones la esperanza
de volver a ver las casas volar,
el technicolor devoró los huesos de madera
mientras te dabas placer sobre baldosas amarillas.
Y no te creerás que has envejecido
y que el perro ya no vive
y que alguien acabó con los ciclones
y que nunca supe cantar.
Cuando golpee los talones
te fijarás en que el charol no brilla,
brillas tú de manera ridícula.
El cuento es cruel.
A mí me ha hecho bruja del Este
y a tí hombre de hojalata.
Carmen Ruiz
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