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domingo, 19 de septiembre de 2010
Cuando muera
Cuando muera, yo sé que más pronto que tarde,
pero ignorando la mano que me llevare a ese portal,
encomiendo mi última voluntad al portador de la sangre
que en mis venas, de iguales apellidos, también arde.
Más orquesta que una caja cerrada yo no quiero
ni velatorio de lágrimas en mi última laguna.
Flores las justas y acuérdense que nunca me gustó
arrancar la vida de una flor para adornar lidia alguna.
Las rosas blancas siempre para mi madre reservé
y nunca su elección fue casualidad bajo mi ojo:
Inmaculada y eterna Ella en su camino, jamás osé
manchar siquiera su recuerdo con mi pasión de rojo.
No me lloren ni digan que fui buena,
tampoco aseguren que quedo en paz,
sólo yo sé de mi calvario y mi pena
y de tantos días que me costó caminar.
Plañideras no consientan en mi entierro
ni gachones que lleguen a lucirse vean mi cara.
Cuiden de mi perra y de mi perro
esa noche. No les digan que me fui sin ellos.
Pueden recordarme ahondando en mis escritos,
no me crean sola o abandonada al hacerlo,
¡No me gustaron de hipocresía los teatritos
ni aquellos que el culo vinieron a lamerlo!
Todo lo que dejo aquí es menos de lo esperado.
Y mi Boscán será mi hermano, jamás lo he dudado,
todos mis versos y palabras yo los cedo a su cuidado.
Quémenme. Tanto dolor sólo el fuego puede matarlo.
He de caminar, muerta, primero el Infierno
para después, purificada, el verso en Ella, atarlo.
Digan en mi despedida que tuve un invierno
de alma desde que mi madre partió con premura
y que sólo me mantenía erguida en mi averno
el despiste perpetuo de mi hermano y su ternura.
Cuando me digan “hasta luego”, adornen con melodía.
Si el reencuentro se da con “mi inmortal”, y así lo espero,
no encontrarán mejores acordes que los de esta sinfonía.
Y no lloren, en esta justa todos caemos
y nunca devota de vida me confesé.
Lo importante, que nos llevaremos,
es el gran amor que, aun herido de muerte, os regalé.
Porque a todos os quise, a mi manera,
y de todos algo grande en mi alma guardé.
Y ahora, que me aguarda nueva vereda,
porto en el espíritu vuestro querer.
No me lloréis,
el amor inmortal es.
Y yo,
ante todo,
os amé.
Verónica Victoria Romero Reyes
sábado, 18 de septiembre de 2010
Más que abierta, viva
Hoy la herida más que abierta está viva
y en los dedos traba ignoracia para que obvie
la métrica y su cuidado. En su reino ¡Qué altiva!
No me gustó jamás el protocolo anticuado
con el que afinan tontas trompetas de alabanza
ni placer me supuso el alarde continuado
cuando ahora trócase en amiga lanza.
En el cielo siempre satélite el mismo
que da cobijo a los enamorados de un día.
¡Oh amor fatuo que no puedes seguir el ritmo
de un solsticio de amor en cercana lejanía!
Ya sé por qué portamos este estigma,
la herida abierta es sólo la cubierta
del brazo verdugo que la vuelve un enigma.
Mas me supongo yo,
perdonen mi evasiva,
que si la herida se abre,
la sangre fluye… viva.
¡Y en eso ando! Fregando borbotones
que han manchado mi suelo,
enormemente, con carmesines goterones.
Dudo si mi vena vendar o mi suelo pulir.
¿Es más relevante crecer que sobrevivir?
En verdad qué tristeza que me ahoga.
Busco consulo en anónimas voces.
¿Es hora de buscarme ya la soga
o permito que me sigan dando coces?
Verónica Victoria Romero Reyes
viernes, 17 de septiembre de 2010
Yo, que no entiendo
Yo, que no entiendo más que lo que veo y compruebo,
que no oigo más que aquello que acude a mis oídos,
que no hablo sandeces sin sentido y padezco mutismo de rumores,
que cargo su silencio en mi lomo ya vencido,
yo, verduga de verdugos, tengo el plumaje decidido.
Y, ojo, ni es de cordero la vestidura
ni en nidos de cisnes se alzan mis vuelos.
He de ver los avernos subir al cielo
y las alturas quejumbrosas en el suelo.
Porque yo, que no entiendo, veo.
Y, ante todo, siento.
Verónica Victoria Romero Reyes
jueves, 16 de septiembre de 2010
¿Sabes tú?
¿Sabes tú, soberana, de criatura inerme,
ente pobre y flaco o débil mortal que,
incendiada de amor, como yo enferme?
¿Sabes el destino de aquel cometa
sepultado entre sucias escombreras
cuyo destello te solivianta e inquieta?
¿Escuchas el clamor de mis llanteras
titubeando en gotas de silencio
la sangre que rubrica estos poemas?
¿Tropiezas tu cabeza en piedras alguna vez
incitándola al recuerdo amargo que existe
naufragado en las olas que, amadas, quisiste?
¿Quemazón ronda tu mirada triste
un día tras otro, en cada estrella
indultando con tus rezos mi querella?
Te respondes sí en tu clausura
esclavizando el alma que murmura:
“Aunque sin vida me hallaran en titubeo tierno,
verso mío en universo eres, aire, desatino y hermosura,
oro en vena en la sangre de mi amor eterno”.
Verónica Victoria Romero Reyes
miércoles, 15 de septiembre de 2010
Manifiesto arcaico
En mi lenguaje, tan inhóspito en ocasiones,
una mentira aclamada es una porfía,
un recital de versos son declamaciones
y una nostalgia de pasto ajeno es algarabía.
En mi verso, tan retorcido y detractado,
abunda la metáfora sentenciosa,
el ritmo acentuado de reojo pesado
y la oculta verdad escandalosa.
Todo lo digo con forma mas con disimulo,
no concibo triángulos en lo angosto,
y, aunque el pudor oculta la debilidad,
cierto es que, con poca solera, yo reculo.
Tanto me afané en disfrazar mi daño
que, sin darme cuenta, y en hora equivocada,
hice de mi pasar en la vida un cuento extraño
donde no me siento más que bestia amansada.
Una calle es un pasaje
y un corazón es un mundo.
¿Un cambio? Yo digo viraje.
De Calderón, hija bastarda de Segismundo.
Anquilosada en el clásico,
discípula de Góngora.
Culterana.
¿Pedante? ¡Por supuesto!
Porque la lengua es carne de amor.
Y en el amor, nunca puede haber desgana.
Verónica Victoria Romero Reyes
martes, 14 de septiembre de 2010
Quizá quererte no es suficiente
Quizá quererte no es suficiente
y respirarte en mil convulsiones
no satisface tu curiosidad velada
y te piensas, en error, brisa imprudente.
¿Dar el alma a Mefisto, dejarla condenada
no es herejía en el credo de mis pulsaciones?
Quizá, en la noche, ignorando en sueño
la imagen que refractas en lo onírico, inconsciente,
no logras entrever que los labios se afanan
en pronunciar tu nombre, sólo y único, bien tangente.
Quizá el insomnio es otra manera de amarte,
de retener tu imagen durmiente en mi párpado
por no saber que somos hoja de árbol que cae
cuando menos se espera y más otoño se nos viene.
No hay verbo conjugado que contemple la RAE
que sumerja en significado el amor que te tiene
quien, hoy, a hurtadillas y con desmerecido garbo,
afirma que saber de ti es el lazo que el alma,
al cuerpo,
me retiene.
Verónica Victoria Romero Reyes
lunes, 13 de septiembre de 2010
Vengo a decir
Vengo a decir que me encontraba
buscándote
o esperándote.
Sólo por conocer a quién amaba.
No recuerdo la canción.
Y sí la llantera.
No recuerdo la noche.
Y sí su tiritera.
Vengo a decir que fue difícil espuela
tu añoranza,
tu evocación.
Sólo por dar hiato a quien, hoy, me cela.
No recuerdo la cabalgada.
Y sí la montura.
No recuerdo la carrera.
Y sí su hendidura.
Vengo a decir que fue distante sino
anhelarte,
presentirte.
Sólo mistificar de tu enjuague mi destino.
No recuerdo la brújula.
Y sí el camino.
No recuerdo el horizonte.
Y sí un norte confundido.
Vengo a decir que fue intuición
tu talle erguido,
o tu postura.
Sólo ser letra de mi ambición.
No recuerdo el poema.
Y sí la cadencia.
No recuerdo la estrofa.
Y sí tu ausencia.
Y vengo a decirte, aún a riesgo
de descubrir mi talón tan protegido,
que eres cisma y sempiterno sesgo
donde cayó, frágil, el futuro invertido.
Y, loca de ternura, en tal manera,
vengo a decir que, siendo mansedumbre,
eres la bestia y eres la fiera
donde calmo mi tosca raidumbre.
Si descubrir afanes
es mi propia traición,
vengo a decirte,
tranquilamente,
que eres acento,
hiato y sinéresis
en mi preclara pretensión.
No hay mal que tú no sanes
ni estribillo que no acompases.
Sin ti todo fue mera ficción
y sentires fueron ademanes.
Y ya que quemé una treintena
recreándome en tu hallazgo,
déjame ser la lágrima en tu pena
y la obra de arte en tu mecenazgo.
Como yo, poco labio te habló
de alma, de vida o de sus teoremas.
Ningún espíritu mi amor halló
en poco o mucho que tú no temas.
Y ahora, despojada de armadura,
vengo a decirte,
quizá arcaicamente,
que lista o tonta,
alegre o triste,
no soy más reflejo
que aquello
que ya tú viste...
Si poco, lo siento.
Si justo, me alegro.
Si mucho, mi ego resiento.
¿Cuándo coloreaste de blanco un océano negro?
Vengo a decir que no recuerdo el dónde.
Y sí el momento.
Vengo a decir que no recuerdo el cómo.
Y sí su sentimiento.
Y vengo a decirte que tu beso
en mi labio enhebrado
no fue bálsamo y sí el bautizo
de una infiel de eterno amor confeso.
¡Enajenado!
Porque sin ti las cicatrices nunca llegaron
y las heridas, en mi dermis, fueron siempre
salva de sangre que mi luna jamás aclamaron.
Y ahora, que eres sagrario de mi vena,
no hay ni un sollozo, ni una tristeza
y no me rinde ninguna estrella,
en relojes de nocturnidad,
al abismo de lágrima o de pena.
Vengo a decirte, con claro descaro,
que acaparas minutos y horas,
que descubre el enigma raro
el navío que en mis peñascos escoras,
que eres la savia y no el alimento
donde almibaro el salitre de mi lamento.
Vengo a decirte, el alma en vilo,
que eres el aire que yo respiro.
En conclusión,
vengo a decirte y decirme
que no conozco más vida
que la de, en tu vida, yo, morirme...
Verónica Victoria Romero Reyes
domingo, 12 de septiembre de 2010
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