Estoy vivo y he sorprendido las estrellas en el alba. Mi compañera continúa durmiendo y lo ignora. Mis compañeros duermen todos. La clara jornada se me revela más limpia que los rostros aletargados.
A distancia, pasa un viejo, camino del trabajo o a gozar la mañana. No somos distintos, idéntica claridad respiramos los dos y fumamos tranquilos para engañar el hambre. También el cuerpo del viejo debería ser sano y vibrante -ante la mañana, debería estar desnudo.
Esta mañana la vida se desliza por el agua y el sol: alrededor está el fulgor del agua siempre joven; los cuerpos de todos quedarán al descubierto. Estarán el sol radiante y la rudeza del mar abierto y la tosca fatiga que debilita bajo el sol, y la inmovilidad. Estará la compañera -un secreto de cuerpos. Cada cual hará sentir su voz. No hay voz que quiebre el silencio del agua bajo el alba. Y ni siquiera nada que se estremezca bajo el cielo. Sólo una tibieza que diluye las estrellas. Estremece sentir la mañana que vibre, virgen, como si nadie estuviese despierto.
Desnuda eres tan simple como una de tus manos: lisa, terrestre, mínima, redonda, transparente. Tienes líneas de luna, caminos de manzana. Desnuda eres delgada como el trigo desnudo.
Desnuda eres azul como la noche en Cuba: tienes enredaderas y estrellas en el pelo. Desnuda eres redonda y amarilla como el verano en una iglesia de oro.
Desnuda eres pequeña como una de tus uñas: curva, sutil, rosada hasta que nace el día y te metes en el subterráneo del mundo
como en un largo túnel de trajes y trabajos: tu claridad se apaga, se viste, se deshoja y otra vez vuelve a ser una mano desnuda.
Acaso he conducido la noche hacia el páramo, los surcos de mi vida traen viejas carreteras conocidas, la ebriedad de los atardeceres pueden deambular entre los dos para que el silencio dote de significado a este océano marino.
Cuando el otoño se pronuncia en mí sabe en donde derrotarme, me muerde en el alma con sus dientes de olvido o esa lluvia fina de días que cala hasta el tuétano.
Nunca he sido un héroe, ni siquiera he dejado de ser un hombre gris, aunque por ti haya quebrado algún relámpago y me haya expuesto a ser vencido por una nueva desolación.
Llegar a ti, entonces, es buscar la voz de un niño entre las multitud, recoger el miedo interminable que origina un viento nocturno, iluminar el amor con una lámpara de primitivo y de dulce aceite, tocar con los dedos un pájaro de azúcar que besa el cuello de las mujeres, limitar la invasión de la nieve que llega con sus armaduras de frío y verte tranquilo y reposado quemando el intacto silencio.
Para hablar de desolación hay que inundarse, mecerse en el agua de ese lago oscuro y caer como piedra al fondo del limo. Allí saldrá la sangre y el sudor de la agonía, ahogados como tú, en el rincón deshabitado de un desierto húmedo.
Inútil. Habrá de ser inútil, nuevamente, suspender de la noche, sobre densas corrientes de follaje, la imagen demorada de un porvenir que alienta en la memoria; penetrar en el ocio de los días que fueron dibujando con terror y paciencia la misma alucinada realidad que hoy contemplo, ya casi en la mirada; repetir todavía con una voz que siento pesar entre mis manos: -Alguna vez estuve, quizás regrese aún, a orillas de la paz, como una flor que mira correr su bello tiempo junto al brazo de un río.
Todo ha de ser en vano. Manadas de caballos ascenderán bravías las pendientes de su infierno natal y escucharé su paso acompasado, su trote, su galope salvaje, atravesando siglos y siglos de penumbra, de sumisas distancias que irremediablemente los conducen aquí.
Tal vez sería dulce reconquistar ahora una música antigua, profunda y persistente como el eco de un grito entre los sueños, sumirse bajo el verde sopor de las llanuras o morir con la lluvia, tristemente, entre ramos llorosos que sombrearan viejísimas paredes.
Imposible. Sólo un fragor inmenso de ruinas sobre ruinas. Es el desesperado retornar de los tiempos que no fueron cumplidos ni en gloria de la vida ni en verdad de la muerte. Es la amarga plegaria que levantan los ángeles rebeldes llamando a cada sitio donde pueda morar su dios irrecobrable. Es el tropel continuo de sus lucientes potros enlutados que asoman a las puertas de la noche la llamarada enorme de sus greñas, que apagan con mortajas de vapor y de polvo toda muda tiniebla, agitando sus colas como lacios crespones entre la tempestad. La sangre arrepentida, sus heroicas desdichas.
Y nada queda en ti, corazón asediado: apenas si un color, si un brillo mortecino, si el sagrado mensaje que dejara la tierra entre tus muros, se pierden, a lo lejos, bajo un mismo compás idéntico y glorioso como la eternidad.
Pasaremos el muro, en las tinieblas del jardín ajeno, dos sombras en la sombra.
Aún no se fue el invierno, y el manzano aparece convertido de pronto en cascada de estrellas olorosas. En la noche entraremos hasta su tembloroso firmamento, y tus pequeñas manos y las mías robarán las estrellas.
Y sigilosamente, a nuestra casa, en la noche y en la sombra, entrará con tus pasos el silencioso paso del perfume y con pies estrellados el cuerpo claro de la primavera.
Oí crepitar el fuego. Sándalo en el aroma de tu boca. La humedad a veces es sólo cuestión de un verso. Palidece el silencio como si fuera el azul de un mar dormido. La noche cabalga desnuda, yo soy su cómplice. El frío es un ardiente amante de lo nocturno y en él las rosas guardan el aroma de todos los besos que nos dimos. Ella me ama más cuando se va que cuando ardiente me devora.
¿Quién arma al otoño cuando la herrumbre no cesa? Alguien tendrá una llave que quemará sus dedos, serán cicatrices que saben de puertas cerradas y vientos de oscuros ecos. Así es de sencilla la vida… pausada y enigmática cuando respiras, hermosa y derramada sobre la piel cuando agonizas.
Yo huelo a ti. Me persigue tu olor, me persigue y me posee. No es este olor un perfume sobrepuesto sobre ti, no es el aroma que llevas como una prenda más: es tu olor más esencial, tu halo único. Y cuando, ausente, mi vacío te convoca, una ráfaga de ese aliento me llega del lugar más tierno de la noche. Yo huelo a ti y tu olor me impregna después de estar juntos en el lecho, y ese fino aroma me alimenta, y ese aliento esencial me sustituye. Yo huelo a ti.
Anidas rincones donde perderme. Entre tus lamentos se cruzan los pájaros y te sientes desnuda cuando te acaricio. Hay un relámpago y su herrumbre es savia de los bosques. Ardes y en el estremecimiento de tu espalda mis dedos se hacen dueños de tus vértebras. Ahondo y tu silencio se rebosa en mis palabras.
De cuando en cuando tus lágrimas precisas saben de mi, y me llaman… En su luz de pureza sangra pétalos la rosa de tu boca, en ella he habitado como húmeda respuesta del silencio, y surjo entre las palabras durmiendo a tu lado, incendiando de nuevo lo nocturno.
Te voy a hablar de lo concreto y de lo abstracto. Me gusta jugar con tu deseo. Rodearte por la espalda y acercarme a tu oído mientras pienso en todo lo que no te digo. Oler tu pelo, acariciarlo, sentir envidia de su disposición salvaje. Quedarme quieta el tiempo preciso para provocar un creciente galope en tu respiración e imaginar la boca que no veo, la mirada elevada hacia el techo. Me pone tonta que mis ojos bailen con tus labios cuando comentas, distraído, las noticias del día y un mechón de pelo vuela tras las hojas del periódico. Ni te imaginas qué siento cuando me clavas tu mirada y activas "un movimiento afectivo hacia lo que me apetece".
"Deseo: movimiento afectivo hacia algo que se apetece" (definición del DRAE)
Soy el océano donde emigran las quejas, el lugar donde renuevas los silencios.
Una mano tibia te recoge los rizos de tu pelo, absorbe cada lágrima fecunda, las huellas, las heridas, el lado más temible de la noche... sólo para que duermas, sólo para que duermas.
Me tienes en tus manos y me lees lo mismo que un libro. Sabes lo que yo ignoro y me dices las cosas que no me digo. Me aprendo en ti más que en mi mismo. Eres como un milagro de todas horas, como un dolor sin sitio. Si no fueras mujer fueras mi amigo. A veces quiero hablarte de mujeres que a un lado tuyo persigo. Eres como el perdón y yo soy como tu hijo. ¿Qué buenos ojos tienes cuando estás conmigo? ¡Qué distante te haces y qué ausente cuando a la soledad te sacrifico! Dulce como tu nombre, como un higo, me esperas en tu amor hasta que arribo. Tú eres como mi casa, eres como mi muerte, amor mío.
Piensas ahora en los poetas de tu país. ¿Cuántos de ellos ejercitan su oficio a escondidas como un parapeto contra las esquirlas de su vida y su época? De entre los jóvenes, muy pocos. Eres tú uno de esos escasos artistas singulares. Y esto te avergüenza. Te alarma. Te proporciona más angustia y más miedo. Y sigues, no obstante, escribiendo sin responder. De madrugada. Y arrinconado como un forajido. ¿Es que tú eres más débil, es que la realidad te pega más fuerte que a otros, es que tienes tú más derecho a desfallecer, insensato?
Apaga ya las candilejas. Baja el telón a media asta. Acuéstate en el foso de los músicos. Besa la cara de quien tengas más cerca. Escucha una balada antigua y apaga ya las candilejas. Baja el telón a media asta. Acuéstate en el foso de los músicos. Qué silencioso está el teatro. Besa la cara de quien tengas más cerca.
En su llama mortal la luz te envuelve. Absorta, pálida doliente, así situada contra las viejas hélices del crepúsculo que en torno a ti da vueltas.
Muda, mi amiga, sola en lo solitario de esta hora de muertes y llena de las vidas del fuego, pura heredera del día destruido.
Del sol cae un racimo en tu vestido oscuro. De la noche las grandes raíces crecen de súbito desde tu alma, y a lo exterior regresan las cosas en ti ocultas, de modo que un pueblo pálido y azul de ti recién nacido se alimenta.
Oh grandiosa y fecunda y magnética esclava del círculo que en negro y dorado sucede: erguida, trata y logra una creación tan viva que sucumben sus flores, y llena es de tristeza.
Hay una región de debitos donde silba la sangre y se acumula el frío. Soporto bien el sonido del olvido, aunque sea un dolor de ausencias y muelles con miradas amarillas.
De todos los otoños siempre este es el peor, la mano que desgarra cada vez tiene dedos más afilados e incluso la nieve es roja como las amapolas de un sueño.
Derrotado siento el tiempo de arena y de ceniza y todavía el sol es luz de una vela inconclusa y un relámpago tras otro me conmina a buscarte… he visto en lo nocturno el contorno de tu risa.
Esta pantera es mi hermana mayor. Rugió por vez primera cuando yo amaba aún todo cuanto me sucedía: escuché aquel rugido como algo que me entregaba el universo. Nació así entre nosotros cierto cariño deshonesto e incomparable. Ella, desde su agilísima forma cubierta por el ébano centelleante, se acerca para seducirme con sus movimientos de acero: miro su brillo hipnótico lamentando la pobreza de mí poder y recuerdo las veces en que nos hemos arrojado al pasillo, hermanados por el común deseo de la aniquilación. Nuestro incesto se va fortaleciendo gracias a un estilete de rencor en cuyo filo sonríe una ternura desconcertante: aprendemos que el odio es más sensual que la piedad.
Di la verdad a éstos, diles que me defiendo de tus arañazos, diles que mi mayor lujuria consiste en meditar tu destrucción. Diles que contraataco a todas horas con la insoportable esperanza de desmenuzar poco a poco tu compacta agresión, tu existencia, tu proximidad, tu memoria. Diles que me he servido, contra ti, de todas las armas: las mujeres, el trabajo, la música y millares de cigarrillos, los amigos y las palabras, el arte, el alcohol. Yo vivía como la palabra socorro. Yo vivía en legítima defensa. Usé todas las armas contra tu esplendor, todas las armas contra el desatino de tu inmortalidad.
Esta pantera es mi hermana mayor. Me vigila como un océano a la costa y me nombra por mis diminutivos. Yo la vigilo como un reo de muerte a los minutos, y le llamo tristeza a falta de un nombre más vasto y depravado.
Sólo los pájaros abren los silencios de la mañana y en ellos encontramos parajes donde asentar los muelles. Habito una huella y soy desierto, vivo en ese pulso de la arena con el humo, mientras mi mano vacía recoge las flores derramadas por el frío, mis ojos saben distinguir una lágrima de una gota de rocío.
Vengo en el sonido del viento, un violín apenas percibido por la brisa. Soy amante de las drizas y de esa música que siempre recuerda a nuestro último beso, aquel de labios cortados por un cuchillo de azúcar y canela.
Lejos, de corazón en corazón, más allá de la copa de niebla que me aspira desde el fondo del vértigo, siento el redoble con que me convocan a la tierra de nadie. (¿Quién se levanta en mí? ¿Quién se alza del sitial de su agonía, de su estera de zarzas, y camina con la memoria de mi pie?) Dejo mi cuerpo a solas igual que una armadura de intemperie hacia adentro y depongo mi nombre como un arma que solamente hiere. ¿(Dónde salgo a mi encuentro con el arrobamiento de la luna contra el cristal de todos los albergues?) Abro con otras manos la entrada del sendero que no sé adónde da y avanzo con la noche de los desconocidos.
(¿Dónde llevaba el día mi señal, pálida en su aislamiento, la huella de una insignia que mi pobre victoria arrebataba al tiempo?)
Miro desde otros ojos esta pared de brumas en donde cada uno ha marcado con sangre el jeroglífico de su soledad, y suelta sus amarras y se va en un adiós de velero fantasma hacia el naufragio. (¿No había en otra parte, lejos, en otro tiempo, una tierra extranjera, una raza de todos menos uno, que se llamó la raza de los otros, un lenguaje de ciegos que ascendía en zumbidos y en burbujas hasta la sorda noche?) Desde adentro de todos no hay más que una morada bajo un friso de máscaras; desde adentro de todos hay una sola efigie que fue inscripta en el revés del alma; desde adentro de todos cada historia sucede en todas partes: no hay muerte que no mate, no hay nacimiento ajeno ni amor deshabitado. (¿No éramos el rehén de una caída, una lluvia de piedras desprendida del cielo, un reguero de insectos tratando de cruzar la hoguera del castigo?) Cualquier hombre es la versión en sombras de un Gran Rey herido en su costado.
Despierto en cada sueño con el sueño con que Alguien sueña el mundo. Es víspera de Dios. Está uniendo en nosotros sus pedazos.
Retrocede, combate hacia atrás, corazón mío. Cíñete al amor, queda activo en cuerpos, en materiales amantes. Olvida la nieve, vive con los tuyos, desciende a la ternura. Este es tu país. ¡Oh la sed, oh la sed! ¿Por qué este mismo fuego me empuja hacia la nieve? Subir, subir al agua eterna donde viven la claridad y el frío. Un sueño: Cumbre inmóvil. Nada y luz. Nadie, nadie. Oh Dios, si sólo un pájaro me visitase en esta región de libertad. Atrás, puros espacios, belleza inhabitable. vuelva la sed a su origen en el fuego.
Hablo de la desolación, de una casa habitada por la herrumbre. Un sendero de pequeños despojos donde anida la tristeza y ese silencio con olor a muerto en el que nada es duradero, sólo eterno.
Te besaré en la punta de las pestañas y en los pezones, te turbulentamente besara, mi vergonzosa, en esos muslos de individua blanca, tacara esos pies para otro vuelo más aire que ese aire felino de tu fragancia, te dijera española mía, francesa mía, inglesa, ragazza, nórdica boreal, espuma de la diáspora del Génesis... ¿Qué más te dijera por dentro? ¿griega, mi egipcia, romana por el mármol? ¿fenicia, cartaginesa, o loca, locamente andaluza en el arco de morir con todos los pétalos abiertos, tensa la cítara de Dios, en la danza del fornicio?
Te oyera aullar, te fuera mordiendo hasta las últimas amapolas, mi posesa, te todavía enloqueciera allí, en el frescor ciego, te nadara en la inmensidad insaciable de la lascivia, riera frenético el frenesí con tus dientes, me arrebatara el opio de tu piel hasta lo ebúrneo de otra pureza, oyera cantar las esferas estallantes como Pitágoras, te lamiera, te olfateara como el león a su leona, para el sol, fálicamente mía, ¡te amara
Yo no entro en ti para que tú te pierdas bajo la fuerza de mi amor; yo no entro en ti para perderme en tu existencia ni en la mía; yo te amo y actúo en tu corazón para vivir con tu naturaleza, para que tú te extiendas en mi vida. Ni tú ni yo. Ni tú ni yo. Ni tus cabellos esparcidos aunque los amo tanto. Sólo esta oscura compañía. Ahora siento la libertad. Esparce tus cabellos. Esparce tus cabellos.
Mi dolor no tiene límites precisos, fluye desmedido entre la sangre, una daga, su punzada extendiéndose en la carne.
Hay ríos con sus puentes donde cruzar lejos y que me llaman pero yo sigo habitándote, desnudo de mi orgullo, sin medida de tiempo, pereciendo un poco más entre tus manos frías y tu mirada ausente.
No te amo como si fueras rosa de sal, topacio o flecha de claveles que propagan el fuego: te amo como se aman ciertas cosas oscuras, secretamente, entre la sombra y el alma. Te amo como la planta que no florece y lleva dentro de sí, escondida, la luz de aquellas flores, y gracias a tu amor vive oscuro en mi cuerpo el apretado aroma que ascendió de la tierra. Te amo sin saber cómo, ni cuándo, ni de dónde, te amo directamente sin problemas ni orgullo: así te amo porque no sé amar de otra manera, sino así de este modo en que no soy ni eres, tan cerca que tu mano sobre mi pecho es mía, tan cerca que se cierran tus ojos con mi sueño.
Ese otro que también me habita, acaso propietario, invasor quizás o exiliado en este cuerpo ajeno o de ambos, ese otro a quien temo e ignoro, felino o ángel, ese otro que está solo siempre que estoy solo, ave o demonio esa sombra de piedra que ha crecido en mi adentro y en mi afuera, eco o palabra, esa voz que responde cuando me preguntan algo, el dueño de mi embrollo, el pesimista y el melancólico y el inmotivadamente alegre, ese otro, también te ama.
Cuando te acuerdes de mi cuerpo y no puedas dormir y te levantes medio desnuda y camines a tientas por tus habitaciones borracha de estupor y de rabia
en algún lugar de la Tierra yo andaré insomne por algún pasillo careciendo de ti toda la noche oyéndote ulular muy lejos y escribiendo estos versos degenerados.
Para llegar a ti hay senderos de umbría, silencios que respiran tu piel, huellas invisibles que mis manos buscan, tierra de labor en que te habitas, fértil y grana en su humedad de templo, allí, allí donde los pájaros anidan.
..La poesía es como el viento,
o como el fuego, o como el mar.
Hace vibrar árboles, ropas,
abrasa espigas, hojas secas,
acuna en su oleaje los objetos
que duermen en la playa..."