miércoles, 30 de junio de 2010

ESPERANZA






Estaremos…

sabremos mantenernos desprovistos de esencias,

tornar como nunca a la piedad descrita en nuestros actos;

sabremos, tan humildes como quisimos ser antaño,

soñar arcanos celestes,

ciertas luces unidas a un mismo propósito.



No sabremos de destinos,

habrá pasos distantes, lejanos…

habrá presagios de encantos

y seguiremos sin plaza donde poder celebrar lo andado.



Ganaremos tiempo y se rasgarán los rostros.

Buscaremos brazos que prolonguen los nuestros,

abrazos que nos lleven más allá del desconcierto.



El consuelo está en la lentitud del desahogo,

nuestra angustia:

la fragilidad de(l) ser amado.




Rafael Saravia


martes, 29 de junio de 2010

HASTA QUE LLEGUE EL INVIERNO






1



Aquí comienza la travesía,

en un verano que no te alcanza en intensidad

y en un lugar

que apenas insiste en cobrar importancia.





2



Mis piernas

adquieren la incertidumbre del roce.

Tal vez haya vida antes de nuestro intento;

tal vez las ganas sólo sean ganas

y la piel excusa de piel.





Rafael Saravia


lunes, 28 de junio de 2010

EL JINETE AZUL






A Manuel Díez Rollán





Hay destrezas en la mirada del que cabalga;

un delirio de color retorcido en el azul

y una profunda dicción de lo inmortal.



Hay doctrina y tierra viva

en este atrapador de sueños.



Son reliquias fugaces

las que adiestran el trazo,

las que en impulso efímero

orbitan las premisas del pintor.



La sangre,

el decorado noctámbulo del que monta antílopes,

la exquisitez del hombre que atrapó la retina

de Fassbinder y Dalí

en sobregotas de tintura ecléctica .



Conservamos la huella,

la factura del jinete

que alimenta el ojo del tiempo pasante,

conservamos, amigo Rollán,

tu recuerdo ahorcado en las salas del mirar.




Rafael Saravia



domingo, 27 de junio de 2010

Semana de Rafael Saravia





HOSPITALIDAD





La risa huele a raíz y a cielo despejado,
sabe todo lo que saben las luciérnagas.
La risa hace volar las cometas graves
del sueño en voz alta, desmandadas.
La risa es una comarca sin gobierno,
un barco cuya tripulación es el olvido.
Hay lugares sin daño. Allí
somos grumetes de barcos de papel
que construimos en la infancia.
Allí se verifica que el mundo
tiene dimensiones de verano,
el mismo tacto que la música.
En una casa enorme con todas
las puertas abiertas hubo
una pausa, una paz, un acuerdo,
un manojo de alegrías juntas.
Fuimos todos entonces madera
del mismo árbol que nadie,
nunca, conseguiría talar.



David Eloy Rodríguez


sábado, 26 de junio de 2010

CONSEJOS





CONSEJOS



No te confíes al pulso
de un cirujano epiléptico;
no rellenes el formulario de la libertad;
no cuelgues tu soledad acuática
en sus cables eléctricos.
No te sientas ajeno o inmune:
aunque no entiendas de electricidad
puedes electrocutarte.
No acudas a sus ceremonias,
no cedas, no te rindas,
no te mueras.
No seas alfiler contra los tuyos,
ni bota negra,
ni bolsa de supermercado.
No hieras en el camino:
muestra la rosa,
no las espinas.
No te tomes demasiado en serio.
Viaja mejor sin guía:
la vida es juego sin instrucciones.
Y sobre todo no sigas consejos:
todos los consejos
son inútiles, pérdidas de tiempo,
mentiras.



David Eloy Rodríguez


viernes, 25 de junio de 2010

LA TRAICIÓN DE LOS GALLOS DEL AMANECER





Hay tramas que se tejen con hilos de pureza
salvaje, hay pactos que atraviesan el dolor,
hay cuerpos más importantes que la vida, pero
no, no hay conjuro que detenga el amanecer.
Aún así los amantes se acogen a los últimos
jirones de la noche, elevan frente al alba
la estatura de sus súplicas. Mirad:
merecerían que nunca rompiera la aurora.
Ella se vierte desde el vestido consumida
por la belleza, habla en un delicado código
de evasión y lluvias. Él quiere aprenderla
con diez labios, conocer para siempre la savia
del prodigio. Desean que todo sea encuentro:
rehuyen la obediencia (allá los obedientes:
ellos también tendrán desasosiego) y pugnan
por volverse la misma cosa: noche en la noche,
agua en la corriente, puzzle de una sola pieza.
Se dicen: no nos moveremos nunca de aquí.
Se dicen: nuestros cuerpos no se evaporarán.
Se dicen otras palabras sin putrefacción,
recién nacidas, sanadoras, susurros como
un delirio o un sueño. Pero no, no hay excepciones,
no hay conjuro que detenga el amanecer,
sus agujas de nieve. Ellos son en esta hora
los más osados de entre los combatientes,
los más hermosos caídos en la sublevación.




David Eloy Rodríguez


jueves, 24 de junio de 2010

LÍNEAS DE FUGA






Huir lejos del odio y sus madrigueras
encendidos de pasión y búsquedas.
Huir por desesperaciones y refugios
con un equipaje de amor y desasosiego.
Huir hacia una hora sin puntos cardinales,
como equilibristas por el fino cordel de la cordura
o como mendigos que persiguen
un merecido corazón sobre la tierra.
Huir guiados por brújulas rotas.
Huir confiando en la fuga.
Huir para encontrarnos.




David Eloy Rodríguez


miércoles, 23 de junio de 2010

COMO LA MARIPOSA POSADA EN LA ALAMBRADA, INDIFERENTE A LA NOCIÓN DE MUERTE






El instante que media
entre una pregunta y su respuesta,
ese segundo de vacilación
propiedad de lo aún no concebido,
ese intervalo de vacío
en que respiran codiciosas,
como animales fabulosos y sin rostro,
las posibilidades.



David Eloy Rodríguez


martes, 22 de junio de 2010

SOMOS ETERNOS EN CADA DECISIÓN







I

Es la tierra, son los lobos, es la luna.
Tus pies en este barro.
Tus pies. Este barro.


II

Ya casi no pisamos tierra, pisamos
nombres, cifras, y eso no es caminar.
¡Tan lejos de tanto que está tan cerca!
Cada día acontece
la expulsión del paraíso.


III

Hay que confirmar el mundo en todos sus extremos,
acariciar cada cosa
para comprobar que está en su sitio.
Destituidos del verbo libertad,
despojados de vivencia,
somos seres sin hogar posible,
perros famélicos que escarban, desesperados,
en una sepultura.




David Eloy Rodríguez


lunes, 21 de junio de 2010

MARAT – SADE, 1998





El problema ahora
es que hay muchos vigilantes
y pocos locos.
El problema ahora
es que la jaula está
en el interior del pájaro.



David Eloy Rodríguez


domingo, 20 de junio de 2010

Semana de David Eloy Rodríguez






La campana hendida




En las noches de invierno es amargo y es dulce
Escuchar, junto al fuego que palpita y humea,
Como se alzan muy lentos los recuerdos lejanos
Al son de carillones que suenan en la bruma.

¡Feliz campana aquella de enérgica garganta
Que, pese a su vejez, conservada y alerta,
Con fidelidad lanza su grito religioso
Como un viejo soldado que vigila en su tienda!

Pero mi alma está hendida, y, cuando en sus hastíos,
Quiere poblar de cantos la frialdad nocturna,
Con frecuencia sucede que su cansada voz

Semeja al estertor de un herido olvidado
Junto a un lago de sangre, bajo un montón de muertos,
Que expira, sin moverse, entre esfuerzos inmensos.



Charles Baudelaire


sábado, 19 de junio de 2010

Paisaje




Deseo, para escribir castamente mis églogas,
Dormir cerca del cielo, cual suelen los astrólogos,
Y escuchar entre sueños, vecino a las campanas,
Sus cánticos solemnes que propalan los vientos.
El mentón en las manos, tranquilo en mi buhardilla,
Observaré el taller que parlotea y canta;
Las chimeneas, las torres, esos urbanos mástiles,
Y los cielos que invitan a soñar con lo eterno.

Es dulce ver surgir a través de las brumas
La estrella en el azul, la luz en la ventana,
Alzarse al firmamento los ríos del carbón
Y derramar la luna sus desvaído hechizo.
Veré las primaveras, los estíos, los otoños,
Y al llegar el invierno de monótonas nieves,
Cerraré a cal y canto postigos y mamparas,
Para alzar en la noche mis feéricos palacios.
Y entonces soñaré con zarcos horizontes,
Jardines, surtidores quejándose en el mármol,
Con besos y con pájaros que cantan noche y día,
Lo que el Idilio alberga de puro y de infantil.
El Motín, golpeando sin éxito en los vidrios,
No hará que del pupitre se levante mi frente,
Pues estaré gozando la voluptuosidad,
De que la Primavera a mi capricho irrumpa,
De hacer que se alce un sol en mi pecho, y crear
Una atmósfera tierna de mis ideas quemantes.



Charles Baudelaire


viernes, 18 de junio de 2010

La máscara




Estatua alegórica
a la manera del renacimiento
a Ernest Christophe, escultor

Contempla ese tesoro de gracias florentinas;
En la forma ondulante del musculoso cuerpo,
Son hermanas divinas la Elegancia y la Fuerza.
Esta mujer, fragmento en verdad milagroso,
Noblemente robusta, divinamente esbelta,
Nació para reinar en lechos suntuosos
Y entretener los ocios de un príncipe o de un papa.

-Observa esa sonrisa voluptuosa y fina
Donde la Fatuidad sus éxtasis pasea,
Esos taimados ojos lánguidos y burlones,
El velo que realza esa faz delicada
Cuyos rasgos nos dicen con aire triunfador:
«¡El Deleite me nombra y el Amor me corona!»
A un ser que está dotado de tanta majestad,
¡Qué encanto estimulante le da la gentileza!
Acerquémonos trémulos de su belleza en torno.

¡Oh blasfemia del arte! ¡Oh sorpresa brutal!
La divina mujer, que prometía la dicha
¡Concluye en las alturas en un monstruo bicéfalo

¡Mas no! Máscara es sólo, mentido decorado,
Ese rostro que luce un mohín exquisito,
Y, contémplalo cerca: atrozmente crispados,
La auténtica cabeza, el rostro más real,
Se ocultan al amparo de la cara que miente.

¡Oh mi pobre belleza! El río esplendoroso
De tu llanto se abisma en mi hondo corazón.
Me embriaga tu mentira y se abreva mi alma
En la ola que en tus ojos el Dolor precipita.

-Mas, ¿por qué llora? En esa belleza inigualable
Que tendría a sus pies todo el género humano,
¿Qué misterioso mal roe su flanco de atleta?

-¡Insensata, solloza sólo porque ha vivido!
¡Y porque vive! Pero lo que lamenta más,
Lo que hasta las rodillas la hace estremecer
Es que mañana, ¡ay!, continuará viviendo,
¡Mañana, al otro día, siempre! ¡Igual que nosotros!



Charles Baudelaire


jueves, 17 de junio de 2010

¿Qué dirás esta noche, pobre alma solitaria...




¿Qué dirás esta noche pobre alma solitaria,
Qué dirás, corazón, marchito hace tan poco,
A la muy bella, a la muy buena, a la amadísima,
Bajo cuya mirada floreciste de nuevo?

-El orgullo emplearemos en cantar sus loores;
Nada iguala al encanto que hay en su autoridad;
Su carne espiritual tiene un perfume angélico,
Y nos visten con ropas purísimas sus ojos.

En medio de la noche y de la soledad,
O a través de las calles, del gentío rodeado,
Danza como una antorcha su fantasma en el aire.

A veces habla y dice: «Yo soy bella y ordeno
Que por amor a mí no améis sino lo Bello;
Soy el Ángel guardián, la Musa y la Madona».



Charles Baudelaire


miércoles, 16 de junio de 2010

Tristezas de la luna




Esta noche la luna sueña con más pereza,
Cual si fuera una bella hundida entre cojines
Que acaricia con mano discreta y ligerísima,
Antes de adormecerse, el contorno del seno.

Sobre el dorso de seda de deslizantes nubes,
Moribunda, se entrega a prolongados éxtasis,
Y pasea su mirada sobre visiones blancas,
Que ascienden al azul igual que floraciones.

Cuando sobre este globo, con languidez ociosa,
Ella deja rodar una furtiva lágrima,
Un piadoso poeta, enemigo del sueño,

De su mano en el hueco, coge la fría gota
como un fragmento de ópalo de irisados reflejos.
Y la guarda en su pecho, lejos del sol voraz.



Charles Baudelaire


martes, 15 de junio de 2010

Me gusta recordar esas desnudas épocas...




Me gusta recordar esas desnudas épocas
En que placía a Febo las estatuas dorar ,
En tanto hombre y mujer, en su esplendor más alto,
Sin angustia gozaban y sin mentira alguna,
Y, el amoroso cielo envolviendo sus cuerpos,
La salud de su noble máquina ejercitaban.

Mostrábase Cibeles fértil y generosa,
No hallando que sus hijos fuesen gravosa carga;
Antes bien, loba henchida de ternezas comunes,
Nutría al universo con sus oscuras ubres.
Elegante y robusto, el hombre se preciaba
Entre bellezas múltiples que por rey le acataban.
Frutos aún no ultrajados y carentes de grietas,
¡Cuya bruñida pulpa incitaba al mordisco!
Hoy el Poeta, cuando pretende imaginar
Tal nativa grandeza y acude a los lugares
En que hombres y mujeres sin velos aparecen,
Siente envuelto su espíritu en tenebroso frío,
Ante ese negro cuadro que rebosa de espanto.
¡Oh monstruosidades llorando sus vestidos!
¡Oh ridículos torsos que son propios de máscaras!
Pobres cuerpos torcidos, fláccidos o ventrudos,
Que el Señor de lo útil, sereno e implacable,
Envolvió desde niños en pañales de bronce.
Y vosotras, mujeres, pálidas como cirios,
En quienes la lujuria se ceba, y esas vírgenes
Arrastrando la herencia de los maternos vicios
¡Y todos los horrores de la fecundidad!

Tenemos, ello es cierto, naciones corrompidas,
A los antiguos pueblos de ignorado esplendor:
Los rostros devorados por las llagas cordiales
Y algo que llamaríamos desmayadas bellezas;
Más esas invenciones de las musas tardías,
Jamás impedirán a las razas decrépitas
Rendir a las más jóvenes un profundo homenaje,
-A la juventud santa de simple y dulce frente,
De mirar claro y limpio como agua saltarina,
Y que marcha, inconsciente, por doquier esparciendo,
como el azul del cielo, las flores y los pájaros,
Sus perfumes, sus cánticos y sus suaves calores.



Charles Baudelaire


lunes, 14 de junio de 2010

El albatros




Por distraerse, a veces, suelen los marineros
Dar caza a los albatros, grandes aves del mar,
Que siguen, indolentes compañeros de viaje,
Al navío surcando los amargos abismos.

Apenas los arrojan sobre las tablas húmedas,
Estos reyes celestes, torpes y avergonzados,
Dejan penosamente arrastrando las alas,
Sus grandes alas blancas semejantes a remos.

Este alado viajero, ¡qué inútil y qué débil!
Él, otrora tan bello, ¡qué feo y qué grotesco!
¡Éste quema su pico, sádico, con la pipa,
Aquél, mima cojeando al planeador inválido!

El Poeta es igual a este señor del nublo,
Que habita la tormenta y ríe del ballestero.
Exiliado en la tierra, sufriendo el griterío,
Sus alas de gigante le impiden caminar.


Charles Baudelaire


domingo, 13 de junio de 2010

Semana de Charles Baudelaire




[LA LUNA YACE EN EL HORIZONTE…]







La luna yace en el horizonte, como un absceso de luz. Ha engordado: es un agujero de oropimente en el cráter sin bordes de la noche [los meteorólogos dicen que se trata de un efecto óptico, pero no saben explicarlo: la ciencia es un vademécum de metáforas. Hacía dieciocho años que no coincidían la luna llena y el solsticio de verano, puntualizan, como si eso aclarara algo]. Las calles no existen; nosotros las creamos: se dilatan a nuestro paso, rezumantes de negrura, y luego se extinguen, engullidas de nuevo por la inconcreción. Luces estridentes abren, en un laberinto de nadas, simas instantáneas, que boquean con avidez y se suman a la nada.

Suenan estallidos acolchados en los jardines y vertederos. Una bolsa de plástico, laxa como una medusa, emborrona el aire [como en American Beauty, cuando el protagonista le enseña a la chica su filmación de una bolsa revoloteando en una calle desierta, y le pregunta: «¿Has visto jamás algo más hermoso?». Y tiene razón: sus imágenes son de una belleza inexplicable]. Una lata ya eventrada vuelve a pulverizarse, bajo los efectos de más pólvora [una pólvora domesticada, por más que mañana los periódicos se llenen de noticias sobre quemaduras de niños y amputación de dedos (y así ha sido: siete heridos graves, señala la prensa del veinticinco)]. Hay desperdicios chinos en los suelos manchados, y cielos doblemente ennegrecidos: las lentejuelas de la pirotecnia oscurecen lo oscuro.

Deflagra un manojo de luces. Se dispersan los esputos ardientes en la gruta del cielo. El estruendo se deshilacha en ruidos oleosos. Se oyen ráfagas hambrientas.

Bebo. Hablo. Río. Comparte la cena una pareja de amigos de nuestros anfitriones, con sus dos hijos. Su simplicidad me fascina y, a la vez, me repele; lo elemental me resulta asfixiante. Al marido, cuando nos quedamos solos en el jardín, mientras los demás se afanan en traer bandejas, le digo que uno se aleja sin remedio de sus aficiones juveniles, y que así me ha sucedido con la verbena y los petardos, y con el fútbol, cuyo atractivo ha palidecido, hasta casi desaparecer, con los años. [Lo mismo me ha pasado con la poesía, añado ahora: cada vez se me hace más difícil encontrar una lectura placentera o escribir un poema satisfactorio; quizá por eso recurro a la prosa, aunque sea en verso]. Me responde que, en su caso, no ha sido así: todavía le gusta lo mismo que le gustaba de niño. ¿Ah, sí?, pregunto yo. ¿El qué? Las motos, responde. Y añade: «Llegué a tener cinco a la vez, aunque luego las fui vendiendo. Ahora me vuelve a apetecer tener una». Qué espanto, pienso, pero a él le brillan los ojos de entusiasmo [parecen dos hongos luminosos en un cráneo despoblado]. Al despedirnos, pondera con legítimo orgullo las virtudes de su flamante Scénic. Sí, es un coche magnífico, convengo yo, sin saber nada del Scénic ni de coches.

Pretendemos ver luego una de las hogueras del pueblo, delante de la biblioteca municipal. Por suerte no la harán en la biblioteca, bromeo. Ardería de perlas, responde mi anfitrión: sospecho que su chascarrillo no es una broma. Recorremos las calles iguales de la urbanización, un laberinto de cónyuges y gotelé. [La homogeneidad de las formas ha de conducir necesariamente a la del pensamiento]. Pero la hoguera no está: en el descampado sólo hay un avispero de niños y un tableteo rubio. [Recuerdo las hogueras de mi infancia: montañas de madera y escay, sobre el asfalto atormentado, del que emergía una lengua indócil, que repartía lametazos carmesíes. En el calor sobrenadaban palomas turbulentas. Había olores a gato y a moho, lentitudes de níspero y de metacrilato, transparencias. El salitre se pegaba a los minutos].

Los niños se duermen. S., la hija de los anfitriones, descansa en un sofá con la despreocupación de la niñez y la plenitud auroral de la adolescencia. El pecho ya convexo empuja un corpiño insuficiente. Tiene los labios entreabiertos y los pómulos de cera.

Penetramos en la noche. Una gasolinera chorrea resplandores fucsias. Todavía se oye algún estallido, asordinado por la distancia. Creo que un Scénic está repostando.

Me tomo el somnífero.



Eduardo Moga


sábado, 12 de junio de 2010

[MOROSO, CON SOSIEGO OBISPAL…]







Moroso, con sosiego obispal, chupo;
después, encabritado el coño, jodo,
y sustituye a la saliva el semen,
que muere, como un río, en las nalgas,
desde el caño ardoroso de la picha.
Oficiamos, incólumes, el coito,

porque somos mejores con el coito,
porque nos enaltece: cuando chupo,
sonrío, crezco; cuando doy la picha,
entrego el corazón y el alma; jodo,
y purifico el ser: brillan las nalgas
como planetas blancos; cunde el semen

como aceite lustral; es sol el semen,
lacre sin límites que sella el coito.
Porque amo, extraigo mierda de las nalgas;
porque amo, soy mortal; porque amo, chupo
entrañas y sudor; porque amo, jodo,
y huyo de mí, y me anulo, y soy la picha,

espeleólogo del coño. Picha,
niégate, lícuate, deshazte en semen
jubiloso; escribe, cuando jodo,
tu ira y tu nada; deletrea el coito
con tus esponjas ígneas; di: «Chupo
tu adentro, dicto líquidos, tus nalgas

me amanecen y apuntalan; nalgas
soy, y árbol tuyo, y trozo de ti». Picha,
sé gubia y mundo; sé yo y ella. Chupo:
aparéjate, muge, afila el semen
que ha de nevar, candente, en el coito,
y que lo justifica. Beso, jodo:

no titubees; no anochezcas. Jodo
contigo, y con la piel, y con las nalgas,
y con los ojos: todo afluye al coito,
como un torrente orgánico. La picha
es su estandarte, no su alma; el semen
es su metralla, no su fin. Y chupo,

chupo sin pausa, como un niño: jodo
con la picha, y la muerte, y las nalgas,
y el semen; soy enteramente coito.


[Sextina V de Seis sextinas soeces, 2008]



Eduardo Moga


viernes, 11 de junio de 2010

Cinco haikús de Los haikús del tren








La luz del tren.
La luz del cigarrillo.
Noche cerrada.





Se va la hermosa
mujer que olía a escarcha
y a cansancio.





Se pone el sol.
Entrecierra los ojos
el pasajero.





Un perro azul,
un niño columpiándose.
Pasan, fugaces.





¿Es la mujer
la que roza la mano,
o es la luna?



Eduardo Moga


jueves, 10 de junio de 2010

[MIRO UNA ROSA…]





Miro una rosa. La oigo: su ajetreo de pétalos,
su susurrante estruendo. La rosa es
sonido, y el sonido invade
los ojos, y, en sus salas
tortuosas, seducido por sus jugos,
muda en palabra;
después, aceleradamente,
destila
sus aguijones
y se fractura: sus astillas llueven
sobre los acerados barrizales del cuerpo,
sobre la playa en que la oscuridad
se descompone
en caricias oscuras
y en nácar
oscuro. El mal
visita el cuerpo como una metralla
feliz,
y lo decora con excoriaciones
y cánticos. Un viento como un muro
lo escolta: un viento al que se adhieren rayos
cárdenos, que se opone a la nada y aboga
por la nada, que silba
por los escarpes de la desmemoria,
como si lo impulsase una mano perlada
de desnudez o un sol radiante
de noche.
La rosa, el ojo, el verbo, el mal: yo.
Cuanto me constituye —y también
lo que me desaloja: mis apneas,
mis nadies— quiere respirar
puños, articular el fuego
en que perviven los que me han amado
o destruïdo,
cancelar el silencio de las simas
a las que arrojo
mi savia
y mi silencio, y de las que sólo
emerge un negro resplandor.
Entre la piel y el mundo crece otra piel,
en la que impactan
objetos intangibles
y se refleja
un azul grande,
ribeteado
de costras. Una ráfaga de truenos silenciosos
retumba en las aceras y en los sueños,
y esparce su semilla, que agoniza
y mata al mismo tiempo. El dolor
que imprime es córneo,
un coletazo nulo que derrama sus lágrimas
en lo que poseemos, o en lo que nos posee.
¿Quién ha creado estas agujas
y quién la carne en que se clavan?
¿Quién almacena gelidez
y estaño en el pecho de las cosas?
¿Quién soy, si sólo soy lengua, si sólo
soy yo?
¿Existo acaso sin esta aflicción
que paraliza
mis dedos
y a la vez los excita, y que postula
un surco moribundo, una acequia de gritos
que fertiliza
mi exilio
con la solar ambigüedad
de las palabras? ¿Cabe el fragor de los días
en los pulmones carcomidos
por los días? La lámpara
que me ilumina, el lápiz con que escribo,
la noche en que renazco y me deshago:
todo es la cólera
que me abarca, la herida
con que me visto,
la deyección que interrumpe
el fluir sosegado de la muerte
y lo vuelve otro ser, otro hontanar
más desollado y transparente,
cuyas aguas pronuncian, mutiladas, mi nombre.




Eduardo Moga


miércoles, 9 de junio de 2010

[DIME, ALMA, QUÉ CINCEL…]






Dime, alma, qué cincel has empleado
para que sea yo tu forma,
qué sombra subyace en mi sombra,
o qué memoria soy, qué invertebrada
conciencia.
¿Has moldeado el aire?
¿Asientes a mis volúmenes, a mis ojos?
Acaso sea hijo de tu luz,
y acaso ese resplandor aterido
me rescate de lo inconcebible
y me alimente de lo mortal:
tu fiebre me unce al ser.
¿Qué extraña potencia, alma,
constituyen mis manos?
¿Son las tuyas?
¿Tienes tú manos?
¿Ven?
Dime, oh, alma, si es tuyo este silencio
o si son los engranajes de mi cuerpo;
dime si dictas tú mi sangre
o es mi sangre la que te articula;
dime si eres mortal
o sólo sucumbes al azar.
¿Existes, alma?
¿Existo yo,
o soy un arañazo de la nada?
Te hablo, y no sé a quién.
¿Por qué es tu transparencia
mi opacidad?
¿Por qué desconozco tu idioma,
si en mí converge cuanto hay,
y me iluminan soles dispares,
y recae en mi piel el peso de lo que se aleja?
¿Por qué no te veo, alma,
si advierto las hondonadas celestes,
los remolinos de la fragilidad? (…)

[Fragmento inicial de Soliloquio para dos, 2006]


Eduardo Moga


martes, 8 de junio de 2010

[EL VESTÍBULO ES UN VIENTRE…]




El vestíbulo es un vientre. ¿Respira? Su luz es un puño, que nos sujeta; su rectitud doblega los cuerpos, les quita la ternura y la sal, y después, como un pájaro enorme, se instala en los artesonados y observa cómo recobran su estatura, cómo renacen en el seno de la banalidad. ¿Habla? ¿Se mueve? Respiran los hombres, caídos, y los ordenadores, conquistados por los ácaros, y las ratas, que se revuelcan en la hojarasca de los archivos: al compás de sus oscuros diafragmas, se despiertan las turbulencias y los números. Las paredes se dilatan, empujadas por un aliento auroral, que las penetra como un rayo subterráneo. No es una casa, aunque acoja el dolor y el deseo; no es un cuerpo, aunque los azulejos se arruguen y los ascensores jadeen y los techos sean coágulos de yeso y obediencia; no es un lugar, aunque sus cristales arraiguen en la tierra y sus arcos se prolonguen, por encima del hastial, como un ramo de ojivas invisibles. Me han dicho que el guardia de seguridad acaba de tener una niña; sonríe, como todas las mañanas. Alguien activa el detector de metales: saltan al aire flores coriáceas.

(Qué deprisa se vacían los trenes. Los túneles huelen a óxido. El corazón huele a óxido. En los ojos hay túneles coronados por un sol yermo, cenizas que se depositan en la mirada, y cuyo peso es el peso de lo perdido. Huyo hacia el tiempo, que es un lugar áspero, arriba, lejos, espuma de la oscuridad, nada densa, polvo que se abre como una rosa dura. Qué deprisa me vacío.

Hoy me olvidaba la cartera en el portaequipajes. Me ha dado un vuelco el corazón. Dentro había un ensayo inacabado sobre Álvarez Ortega, una carta de Gamoneda, el último libro, tan hermoso, de Tomás. Ahí está, intacta, inútil, centro que vuelve al centro; y el vagón, también centro, sin vísceras ni mundo, con la desolación de las cosas que se mueven cuando se han parado).

El reloj marca las nueve y dos minutos. En el suelo ajedrezado se acumulan las sombras, las que caen de la ropa entristecida, las que se desprenden de las sonrisas romas, las desencajadas por la laceración. Tropiezo con ellas. O con este “buenos días” con el que me hago parte, a mi pesar, de otros seres. O con la calculadora, cuya sumisión aborrezco. O con esta cárcel, con cada uno de sus ocelos, con todos sus zócalos y sus masturbaciones. O con la luz, en la que me ahormo, con la que chocan mis pasos. O conmigo.

(Ella viene, estocada de fiebre, boca cruel de mariposa. Es el vientre de la ausencia, que alumbra los días que no poseo).

Pero el edificio es lento y su bostezo dolorosamente me llama.



Eduardo Moga


lunes, 7 de junio de 2010

[LA CARNE NO HA TERMINADO…]



La carne no ha terminado:
no la anulan
los minutos que arden en el barro, la sombra
desangrándose en filo.
Porque la carne escribe sombras
y la lengua visita los párpados
y la mecanografía,
y las articulaciones depositan su tibieza de quicios y cartílagos
en la luz que respiro,
múltiple como los transeúntes
que pasan frente a mi ventana
o el silencio sudoroso de los árboles
o las aves jadeantes
(aquella inverosímil gaviota)
que dibujan su levedad en un cielo de olvido:
luz sin forma,
como esta luz.
La carne llueve, ocupa esta mesa, reparte sus heces amadas.
(El ano en los labios interminables, donde siembra
rubias flores de cloaca).
La consciencia es la piel.
En el silencio cae leche,
agonizan volúmenes, copulan insectos
cuya estructura es la mía,
cuyo rostro es el mío,
que me persiguen, cancerosos,
empuñando su prisa, sus huecos verdes,
el agua quemada
que ha abandonado la palabra
y exhibe su tóxica ceniza.
El ordenador contiene el poema que contiene
sus músculos
que contienen mi frío.
Y el frío envuelve al alma como una tea
o una tempestuosa nada.
Mi lengua, y la suya, han rozado
este vaso del que he bebido.
La angustia tiene nombre de monte.
Y la noche, cavidad, lo escribe.

[Poema V de La montaña hendida, 2002]



Eduardo Moga


domingo, 6 de junio de 2010

Semana de Eduardo Moga





He encontrado el lugar de donde mana la nostalgia.






He encontrado el lugar
de donde mana la nostalgia.

Aquí, a los pies de lago Inle,
bosteza el sol bajo los palafitos,
enjoya de perfilados brillos y fugaces matices
la imagen cimbreante de su sombra.
En la rizada piel del agua
al azar escondido de los peces
nacen ondas concéntricas, perfectas
(al alejarse de su centro
se entregan al temblor colectivo
de la ola de las olas que aguardan).
El vallado de juncos embellece
-línea de mar imaginaria-
lo que a separar no alcanza.
Un pescador da insólitos pasos de ballet
en el punto de fuga
de mi melancolía.
Casi ahoga la nave el buen barquero
que recoge las algas muy paciente
ahondando en el lago con su pértiga.
Cruza una barca silenciosa
cargada de tallos de nenúfares
(brotará de ellos hilo delicado
en el taller de seda).

Y más allá otra barca
avanza mansamente
plena de lentitud…
gozo de un tiempo sin deuda
y sin esperas.

No hay más rumor de fondo
que el silencio del agua en sus orillas.

He dado con el lugar
de donde mana la nostalgia.
Ha bastado un instante
de luz contemplativa
para que desapareciera
dejándome esta bendición de estar más cerca
de lo que nunca he sido:
un hombre sin recuerdos ni futuro
entregado a la paz tan fiel del lago
(que ahora bebe así mismo de mi paz
la paz que sin porqué me ha regalado).

Lago Inle, 23-VII-09




Emilio Pedro Gómez


sábado, 5 de junio de 2010

Ahora que no estás





...... y se quedó esperando para siempre
Cesar Simón



Ahora que no estás
nunca me faltas.

Sucedes a través
de lo desconocido:
el átomo infinito
la dulzura sin dueño....

Has dejado en mis manos
un hueco de paloma
que respira



Emilio Pedro Gómez


viernes, 4 de junio de 2010

Aún no sé





Aún no sé
ser un cuerpo en silencio
que accede a su plural,
la risa sin porqué
fundida al gozo de las lágrimas,
el asombro sereno
de una mirada sin fronteras,
remontar el futuro
diluir nunca en siempre
al eterno dictado del instante
(esa muerte que siempre resucita),
sentir todas las veces
una,
amar sólo a favor
sin pertenencia,
ser cuanto es
en el no soy,
la plenitud de lo banal…

Mi ignorancia es infinita.



Emilio Pedro Gómez


jueves, 3 de junio de 2010

Hay trenes que construyen el paisaje






Hay trenes que construyen el paisaje; mas hay trenes que tan sólo lo acuchillan.
Hay trenes que vertebran la paz de los humildes; mas hay trenes de guerra digital y mercaderes, de confort prepotente y exclusivo.
Hay trenes que contagian su sosiego, puntuales te conducen a tu cierto destino; mas hay trenes tan raudos que agostan el deseo, pierden el tren de la conciencia y aunque lleguen muy rápido, ni siquiera alcanzan el punto de partida.

¿Acaso no es posible un equilibrio de vértigo y de calma?
¿A más velocidad más injusticia?

Porque hay trenes para la fraternidad y la palabra como un vino compartido; mas hay trenes rivales del viaje, que imprimen su soledad de horizontes funcionarios, pantallas de pájaros huidos.
Hay trenes que aproximan, restituyen, redimen de ancestrales lejanías; mas hay trenes que engullen la semilla de esos trenes, y nos roban caminos.

Hay trenes solidarios, que agrupan las voces insumisas contra los tiburones del hiperdesarrollo y contra las eléctricas voraces, e intentan salvaguardar las casas natales de las cosas, la salud y la belleza del mundo.
Mas hay trenes en lo alto que circulan por inclementes autovías eléctricas, y taladran el cielo con sus lanzas voltaicas y arrasan los bosques bajo sus pies y descargan su lluvia de epidemias electromágnéticas por los pueblos que pasan.

¿Acaso no es posible un equilibrio interno de externas energías?
¿Crecer es desposeer a los más pobres?
¿A más edad social más injusticia?

Mientras ellos, en la alta tensión de su soberbia, juegan al golf celeste con electrones radioactivos, y nos acusan de tener la cabeza en las nubes, nosotros, aquí, a pie de tierra, desnuda, fraternalmente, abrazamos la luz.




Emilio Pedro Gómez


miércoles, 2 de junio de 2010

LOS BAÑOS EN EL VIEJO FREGADERO





Para mi hermano Jesús


(las manos de mamá -mágico acorde-
en tu cuerpo temprano)
la respiración contenida al acostarse
en los cinco de enero,
la tarde en que Gabriela dulcemente
te secuestró de golpe la melancolía,
más la gente dispersa
-Julio Flores ,Chon, Cristalina , el abuelo...-
de la que alguna vez viste brotar la maravilla.

Antes de despedirse para siempre
debiera concedernos esta vida
reunir en un aquí de algún ahora
la suma de personas, lugares y momentos
en que fuimos tal vez seres felices.




Emilio Pedro Gómez


martes, 1 de junio de 2010

La oscuridad de mi sonrisa




Sucede un yacimiento de icebergs
en la vajilla rota del último sueño
.


Juan Carlos Mestre



La oscuridad de mi sonrisa
(alcohol donde me habita la acidez
de la culpa)
el brote impetuoso de una voz
arrepentida
(náufrago lacerado
por injusticias que en otros cometí)
la claridad de mis errores…

Arribo a la vejez con estos sueños
desierto de favores
deshojado
sumiso a una memoria que no es mía
a un cuerpo de clamor inconsolable:
la verdad de los dones que no di.




Emilio Pedro Gómez