lunes, 7 de junio de 2010

[LA CARNE NO HA TERMINADO…]



La carne no ha terminado:
no la anulan
los minutos que arden en el barro, la sombra
desangrándose en filo.
Porque la carne escribe sombras
y la lengua visita los párpados
y la mecanografía,
y las articulaciones depositan su tibieza de quicios y cartílagos
en la luz que respiro,
múltiple como los transeúntes
que pasan frente a mi ventana
o el silencio sudoroso de los árboles
o las aves jadeantes
(aquella inverosímil gaviota)
que dibujan su levedad en un cielo de olvido:
luz sin forma,
como esta luz.
La carne llueve, ocupa esta mesa, reparte sus heces amadas.
(El ano en los labios interminables, donde siembra
rubias flores de cloaca).
La consciencia es la piel.
En el silencio cae leche,
agonizan volúmenes, copulan insectos
cuya estructura es la mía,
cuyo rostro es el mío,
que me persiguen, cancerosos,
empuñando su prisa, sus huecos verdes,
el agua quemada
que ha abandonado la palabra
y exhibe su tóxica ceniza.
El ordenador contiene el poema que contiene
sus músculos
que contienen mi frío.
Y el frío envuelve al alma como una tea
o una tempestuosa nada.
Mi lengua, y la suya, han rozado
este vaso del que he bebido.
La angustia tiene nombre de monte.
Y la noche, cavidad, lo escribe.

[Poema V de La montaña hendida, 2002]



Eduardo Moga


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