En el corazón había 10 mantis azules que custodiaban el alma, posesión vigilante. En una lejana estepa, árida y terrosa, el hálito de una flauta shakuhachi vertía la luz que iba a sanarme: pálpitos de sol evaporado resbalan sobre el mar, en el cauce de mis venas saladas. Eras tú, el molde de mis huesos; el pez de arcilla de luna y agua de los lagos de Júpiter. Tú, mil redenciones que apagaran los insectos del corazón. 1000 redenciones.
Idoia Arbillaga Guerrero
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