miércoles, 30 de septiembre de 2009

Cuando, dormida tú, me echo en tu alma...




Cuando, dormida tú, me echo en tu alma
y escucho, con mi oído
en tu pecho desnudo,
tu corazón tranquilo, me parece
que, en su latir hondo, sorprendo
el secreto del centro
del mundo. Me parece
que legiones de ángeles,
en caballos celestes
-como cuando, en la alta
noche escuchamos, sin aliento
y el oído en la tierra,
trotes distantes que no llegan nunca-,
que legiones de ángeles,
vienen por ti, de lejos
-como los Reyes Magos
al nacimiento eterno
de nuestro amor-,
vienen por ti, de lejos,
a traerme, en tu ensueño,
el secreto del centro
del cielo.



J.R. Jiménez


martes, 29 de septiembre de 2009

Aquella tarde, al decirle...




Aquella tarde, al decirle
que me alejaba del pueblo,
me miró triste, muy triste,
vagamente sonriendo.

Me dijo: ¿Por qué te vas?
Le dije: Porque el silencio
de estos valles me amortaja
como si estuviera muerto.

-¿Por qué te vas?- He sentido
que quiere gritar mi pecho,
y en estos valles callados
voy a gritar y no puedo.

Y me dijo: ¿Adónde vas?
Y le dije: A donde el cielo
esté más alto y no brillen
sobre mí tantos luceros.

La pobre hundió su mirada
allá en los valles desiertos
y se quedó muda y triste,
vagamente sonriendo.



J.R. Jiménez


lunes, 28 de septiembre de 2009

A mi alma




Siempre tienes la rama preparada
para la rosa justa; andas alerta
siempre, el oído cálido en la puerta
de tu cuerpo, a la flecha inesperada.

Una onda no pasa de la nada,
que no se lleve de tu sombra abierta
la luz mejor. De noche, estás despierta
en tu estrella, a la vida desvelada.

Signo indeleble pones en las cosas.
luego, tornada gloria de las cumbres,
revivirás en todo lo que sellas.

Tu rosa será norma de las rosas;
tu oír, de la armonía; de las lumbres
tu pensar; tu velar, de las estrellas.



J.R. Jiménez


domingo, 27 de septiembre de 2009

Semana de Juan Ramón Jiménez







La Canción Desesperada





Emerge tu recuerdo de la noche en que estoy.
El río anuda al mar su lamento obstinado.
Abandonado como los muelles en el alba.
Es la hora de partir, oh abandonado!
Sobre mi corazón llueven frías corolas.
Oh sentina de escombros, feroz cueva de náufragos!
En ti se acumularon las guerras y los vuelos.
De ti alzaron las alas los pájaros del canto.
Todo te lo tragaste, como la lejanía.
Como el mar, como el tiempo. Todo en ti fue naufragio !
Era la alegre hora del asalto y el beso.
La hora del estupor que ardía como un faro.
Ansiedad de piloto, furia de buzo ciego,
turbia embriaguez de amor, todo en ti fue naufragio!
En la infancia de niebla mi alma alada y herida.
Descubridor perdido, todo en ti fue naufragio!
Te ceñiste al dolor, te agarraste al deseo.
Te tumbó la tristeza, todo en ti fue naufragio!
Hice retroceder la muralla de sombra.
anduve más allá del deseo y del acto.
Oh carne, carne mía, mujer que amé y perdí,
a ti en esta hora húmeda, evoco y hago canto.
Como un vaso albergaste la infinita ternura,
y el infinito olvido te trizó como a un vaso.
Era la negra, negra soledad de las islas,
y allí, mujer de amor, me acogieron tus brazos.
Era la sed y el hambre, y tú fuiste la fruta.
Era el duelo y las ruinas, y tú fuiste el milagro.
Ah mujer, no sé cómo pudiste contenerme
en la tierra de tu alma, y en la cruz de tus brazos!
Mi deseo de ti fue el más terrible y corto,
el más revuelto y ebrio, el más tirante y ávido.
Cementerio de besos, aún hay fuego en tus tumbas,
aún los racimos arden picoteados de pájaros.
Oh la boca mordida, oh los besados miembros,
oh los hambrientos dientes, oh los cuerpos trenzados.
Oh la cópula loca de esperanza y esfuerzo
en que nos anudamos y nos desesperamos.
Y la ternura, leve como el agua y la harina.
Y la palabra apenas comenzada en los labios.
Ese fue mi destino y en él viajó mi anhelo,
y en el cayó mi anhelo, todo en ti fue naufragio!
Oh sentina de escombros, en ti todo caía,
qué dolor no exprimiste, qué olas no te ahogaron.
De tumbo en tumbo aún llameaste y cantaste
de pie como un marino en la proa de un barco.
Aún floreciste en cantos, aún rompiste en corrientes.
Oh sentina de escombros, pozo abierto y amargo.
Pálido buzo ciego, desventurado hondero,
descubridor perdido, todo en ti fue naufragio!
Es la hora de partir, la dura y fría hora
que la noche sujeta a todo horario.
El cinturón ruidoso del mar ciñe la costa.
Surgen frías estrellas, emigran negros pájaros.
Abandonado como los muelles en el alba.
Sólo la sombra trémula se retuerce en mis manos.
Ah más allá de todo. Ah más allá de todo.
Es la hora de partir. Oh abandonado.


Pablo Neruda


sábado, 26 de septiembre de 2009

Poema 18





Aquí te amo.
En los oscuros pinos se desenreda el viento.
Fosforece la luna sobre las aguas errantes.
Andan días iguales persiguiéndose.
Se descine la niebla en danzantes figuras.
Una gaviota de plata se descuelga del ocaso.
A veces una vela. Altas, altas estrellas.
O la cruz negra de un barco.
Solo.
A veces amanezco, y hasta mi alma esta húmeda.
Suena, resuena el mar lejano.
Este es un puerto.
Aquí te amo.
Aquí te amo y en vano te oculta el horizonte.
Te estoy amando aún entre estas frías cosas.
A veces van mis besos en esos barcos graves,
que corren por el mar hacia donde no llegan.
Ya me veo olvidado como estas viejas anclas.
son más tristes los muelles cuando atraca la tarde.
Se fatiga mi vida inútilmente hambrienta.
Amo lo que no tengo. Estás tú tan distante.
Mi hastío forcejea con los lentos crepúsculos.
Pero la noche llega y comienza a cantarme.
La luna hace girar su rodaje de sueño.
Me miran con tus ojos las estrellas más grandes.
Y como yo te amo, los pinos en el viento,
quieren cantar tu nombre con sus hojas de alambre.




Pablo Neruda


viernes, 25 de septiembre de 2009

Poema 17





Pensando, enredando sombras en la profunda soledad.
Tú también estás lejos, ah más lejos que nadie.
Pensando, soltando pájaros, desvaneciendo imágenes, enterrando lámparas.
Campanario de brumas, qué lejos, allá arriba!
Ahogando lamentos, moliendo esperanzas sombrías, molinero taciturno,
se te viene de bruces la noche, lejos de la ciudad.
Tu presencia es ajena, extraña a mí como una cosa.
Pienso, camino largamente, mi vida antes de ti.
Mi vida antes de nadie, mi áspera vida.
El grito frente al mar, entre las piedras,
corriendo libre, loco, en el vaho del mar.
La furia triste, el grito, la soledad del mar.
Desbocado, violento, estirado hacia el cielo.
Tú, mujer, qué eras allí, qué raya, qué varilla
de ese abanico inmenso? Estabas lejos como ahora.
Incendio en el bosque! Arde en cruces azules.
Arde, arde, llamea, chispea en árboles de luz.
Se derrumba, crepita. Incendio. Incendio.
Y mi alma baila herida de virutas de fuego.
Quién llama? Qué silencio poblado de ecos?
Hora de la nostalgia, hora de la alegría, hora de la soledad.
hora mía entre todas!
Bocina en que el viento pasa cantando.
Tanta pasión de llanto anudada a mi cuerpo.
Sacudida de todas las raíces,
asalto de todas las olas!
Rodaba, alegre, triste, interminable, mi alma.
Pensando, enterrando lámparas en la profunda soledad.
Quién eres tú, quién eres?


Pablo Neruda


jueves, 24 de septiembre de 2009

Poema 13

Poema 13


He ido marcando con cruces de fuego
el atlas blanco de tu cuerpo.
Mi boca era una araña que cruzaba escondiéndose.
En ti, detrás de ti, temerosa, sedienta.
Historias que contarte a la orilla del crepúsculo,
muñeca triste y dulce, para que no estuvieras triste.
Un cisne, un árbol, algo lejano y alegre.
El tiempo de las uvas, el tiempo maduro y frutal.
Yo que viví en un puerto desde donde te amaba.
La soledad cruzada de sueño y de silencio.
Acorralado entre el mar y la tristeza.
Callado, delirante, entre dos gondoleros inmóviles.
Entre los labios y la voz, algo se va muriendo.
Algo con alas de pájaro, algo de angustia y de olvido.
Así como las redes no retienen el agua.
Muñeca mía, apenas quedan gotas temblando.
Sin embargo, algo canta entre estas palabras fugaces.
Algo canta, algo sube hasta mi ávida boca.
oh poder celebrarte con todas las palabras de alegría.
Cantar, arder, huir, como un campanario en las manos de un loco.
Triste ternura mía, qué te haces de repente?
Cuando he llegado al vértice más atrevido y frío
mi corazón se cierra como una flor nocturna.




Pablo Neruda


miércoles, 23 de septiembre de 2009

Poema 10





Hemos perdido aún este crepúsculo.
Nadie nos vio esta tarde con las manos unidas
mientras la noche azul caía sobre el mundo.
He visto desde mi ventana
la fiesta del poniente en los cerros lejanos.
A veces como una moneda
se encendía un pedazo de sol entre mis manos.
Yo te recordaba con el alma apretada
de esa tristeza que tú me conoces.
Entonces, dónde estabas?
Entre qué genes?
Diciendo qué palabras?
Por qué se me vendrá todo el amor de golpe
cuando me siento triste, y te siento lejana?
Cayó el libro que siempre se toma en el crepúsculo,
y como un perro herido rodó a mis pies mi capa.
Siempre, siempre te alejas en las tardes
hacia donde el crepúsculo corre borrando estatuas.



Pablo Neruda


martes, 22 de septiembre de 2009

Poema 7





INCLINADO en las tardes tiro mis tristes redes
a tus ojos oceánicos.
Allí se estira y arde en la más alta hoguera
mi soledad que da vueltas los brazos como un
náufrago.
Hago rojas señales sobre tus ojos ausentes
que olean como el mar a la orilla de un faro.
Solo guardas tinieblas, hembra distante y mía,
de tu mirada emerge a veces la costa del espanto.
Inclinado en las tardes echo mis tristes redes
a ese mar que sacude tus ojos oceánicos.
Los pájaros nocturnos picotean las primeras estrellas
que centellean como mi alma cuando te amo.
Galopa la noche en su yegua sombría
desparramando espigas azules sobre el campo.




Pablo Neruda


lunes, 21 de septiembre de 2009

Poema 6





Te recuerdo como eras en el último otoño.
Eras la boina gris y el corazón en calma.
En tus ojos peleaban las llamas del crepúsculo
Y las hojas caían en el agua de tu alma.
Apegada a mis brazos como una enredadera.
las hojas recogían tu voz lenta y en calma.
Hoguera de estupor en que mi sed ardía.
Dulce jacinto azul torcido sobre mi alma.
Siento viajar tus ojos y es distante el otoño:
boina gris, voz de pájaro y corazón de casa
hacia donde emigraban mis profundos anhelos
y caían mis besos alegres como brasas.
Cielo desde un navío. Campo desde los cerros.
Tu recuerdo es de luz, de humo, de estanque en calma!
Más allá de tus ojos ardían los crepúsculos.
Hojas secas de otoño giraban en tu alma.



Pablo Neruda


domingo, 20 de septiembre de 2009

Semana de Pablo Neruda



21 al 27 de septiembre...poemas de veinte poemas de amor.


sábado, 19 de septiembre de 2009

Las alas




Las alas resplandecientes del día
suaves se pliegan en el aire detenido
para advertirme que todo está en calma
pero yo ando inquieto).


Manuel Martínez Forega


viernes, 18 de septiembre de 2009

En voz baja




En voz muy baja
para poder atravesar la fragilidad de tu sueño
te haré la revelación de las formas
te contaré la belleza
de lo que nunca se vive
las maravillas que nacen imprevistas de la intensidad
del ardor
te enseñaré a caminar con firmeza en la oscuridad
a iluminar la noche con los deseos
a investigar el secreto inmortal
las aventuras galantes alineadas por orden
cronológico
de la vigilia
las borrará el sueño que busca la mujer que todos
rechazan
la mujer que enciende su espíritu caída en las
maravillas del amor
Yo
despierto
predico la absurda técnica de la irresolución
inmóvil
en voz muy baja
te revelo
que el mundo es una graciosa mentira inventada por el
buen humor de los mártires.



Aldo Pellegrini


jueves, 17 de septiembre de 2009

En un abrir y cerrar de armarios



En ese dormitorio has entrado.
Aquí, la humedad se refugia y prolifera en los armarios
(roperos al decir de esas latitudes)
sobre el cuero de los zapatos que verdean en un rincón;
en las sudadas chaquetas de antaño, tan pasadas de moda con sus solapas estrechas
(que volverán un día)
en las corbatas de tejidos sintéticos en las que se ceba para salpicarlas de manchas que crecen a su aire enrarecido,
nutridas de la desidia de quien ya no las usa,
despreocupado del vestir,
olvidado de aquel atildamiento que esgrimías para lucirlas en esas fiestas
a las que ya no se concurre,
porque nadie nos invita.

Sobre la silla quedó un jersey,
por la polilla ahora agujereado.



Fernando Ainsa


miércoles, 16 de septiembre de 2009

Horizonte líquido




Con paso tranquilo
los transeúntes avanzan hasta el umbral de las
pupilas
amantes negros
ahuyentan a los perros enfurecidos
es la hecatombe de la lujuria
que se agita detrás de los rostros demudados
con paso tranquilo
amantes policromos se cruzan en la alameda de la
angustia
en su alcándara
el espectador perfecto estudia impasible las señales
de vértigo
el fuego latente de las vírgenes
el semblante inmaculado de las puertas
una voz se entreabre para mostrar su oscuro deseo
el amante negro sube las escaleras arrebatado por
la danza frenética
las ventanas se cierran
silencio de la noche de la carne
los desconocidos se estrechan la mano
una conversación interminable descansa en el
extremo límite de la sombra
desde la fría pupila los gimnastas ruedan por las
escaleras destrozadas
¿cómo llegar hasta lo que de ti no se ve?
¿cómo hacer brotar el deseo ardiente de tu carne
entreabierta?
a sus pies
los perros enfurecidos ladran
ojos implacables
en ellos se pierde el lenguaje de los deseos
el ahorcado se balancea al eco de los ladridos
buenas noches
todo termina
los perros aterrados huyen del horizonte ardiente y
líquido
palidece el vigor
de los brazos ávidos
una noche tranquila para el desconocido que se
aleja
una noche de olvido negro.



Aldo Pellegrini


martes, 15 de septiembre de 2009

Como un pájaro



Como un pájaro al alba, rociado y confuso:
La noche me ha dejado a la intemperie.



Manuel Martínez Forega


lunes, 14 de septiembre de 2009

Déjame acariciarte




Déjame acariciarte lentamente,
déjame lentamente comprobarte,
ver que eres de verdad, un continuarte
de ti misma a ti misma extensamente.

Onda tras onda irradian de tu frente
y mansamente, apenas sin rizarte,
rompen sus diez espumas al besarte
de tus pies en la playa adolescente.

Así te quiero, fluida y sucesiva,
manantial tú de ti, agua furtiva,
música para el tacto perezosa.

Así te quiero, en límites pequeños,
aquí y allá, fragmentos, lirio, rosa,
y tu unidad después, luz de mis sueños.



Gerardo Diego

domingo, 13 de septiembre de 2009

Anoche




Anoche tan solo
parecías un combatiente desnudo
saltando sobre arrecifes de sombras
Yo desde mi puesto de observación
en la llanura
te veía esgrimir tus armas
y violento hundirte en mí
Abría los ojos
y todavía estabas como herrero
martillando el yunque de la chispa
hasta que mi sexo explotó como granada
y nos morimos los dos entre charneles de luna.



Gioconda Belli


sábado, 12 de septiembre de 2009

Ya en el desfiladero




Ya en el desfiladero,
todas las formas de la piedra son tu forma,
¿y no es la piedra el icono del tiempo?
¿Tan remota es tu presencia?


Manuel Martínez Forega



viernes, 11 de septiembre de 2009

Cuando el hombre penetra a la mujer...




Cuando el hombre
penetra a la mujer,
es como cuando la ola muerde la playa,
una y otra vez
la mujer abre su boca con placer
y sus dientes brillan
como el alfabeto,
Logos aparece ordeñando una estrella,
y el hombre
dentro de la mujer
amarra el nudo
que nunca
los separará
y la mujer
se encarama sobre la flor
y se traga su tallo
y Logos reaparece
y desata sus ríos.

Este hombre,
esta mujer,
con su hambre doble,
han intentado atravesar
la cortina de Dios
y por un momento lo han logrado,
pero Dios, a través
de Su perversidad,
desata el nudo.



Anne Sexton


jueves, 10 de septiembre de 2009

El locutor de radio





Ahora salgo al mundo y en la calle
me pasan por encima mil aviones y cien mil
emisoras de radio y un sinfín de lenguas bífidas de camaleón.
Recuerdo que hace un rato me has amado,
aplastando la histeria del despertador bajo la almohada.
Me agitaban los sueños todavía, pero tú ya me estabas amando.
A esa misma hora,
por tu boca se alza el sol que me abrasa los labios,
el cabello que arde
y consume como el destino mi respiración. Soy
una llama
de amor
viva, a la que se ha tragado una serpiente.
Con insistencia alguien me pide paso hasta la puerta:
yo también bajaré, aún no llegamos, le respondo, hay que amarrar
los nervios.
Pero en mitad del atasco maldigo las virutas de tiempo
que embalsaman las horas sin tiempo en la ciudad y, para remediarlo,
vuelvo a poner la radio en busca de tu voz
que apacigua mis sienes sonrientes
y conmueve la columna que soporta mis piernas inmersas
en las calles.
Y no lo sabe nadie, ni deberá saberlo.
Mi silencio.
El es
tu salvaguarda y mi salvoconducto.




Luisa Miñana


miércoles, 9 de septiembre de 2009

Revelación y caída




Extraños son los caminos nocturnos del hombre. Cuando iba sonámbulo por las habitaciones de piedra y en cada una ardía un silencioso candil, un candelabro de cobre, y cuando preso del frío entré en el lecho, reapareció en la cabecera la sombra negra de la extranjera, y en silencio oculté mi rostro en las lentas manos. El jacinto florecía azul en la ventana y llegó al labio púrpura de mi aliento la antigua oración; de sus párpados cayeron lágrimas de cristal lloradas por la amargura del mundo. En esta hora la muerte de mi padre hizo de mí el hijo blanco. En azules sobresaltos bajó de la colina el viento de la noche, el oscuro lamento de la madre que moría, y vi el negro infierno en mi corazón; minuto de radiante mutismo. Suave surgió
del muro blanqueado con cal un rostro indescriptible -un joven moribundo-, la belleza de una estirpe que regresa a sus padres. Blancura de luna, el frío de la piedra envolvió la sien desvelada, sonaron los pasos de las sombras sobre erosionadas gradas, un rosado tumulto en el pequeño jardín.

Silencioso estaba sentado en una taberna abandonada bajo vigas ahumadas, solo ante el vino; un cadáver rutilante inclinado sobre la oscuridad y un cordero muerto a mis pies. De un corrupto azul salió la sombra pálida de mi hermana y así habló su boca ensangrentada:
Hiere, espina negra. Ah, todavía resuenan las tormentas desatadas en mis brazos plateados. Sangre, corre de mis pies lunares, floreciendo sobre los senderos nocturnos, donde la rata salta gritando. Iluminad, estrellas mis arqueadas cejas; para que el corazón palpite suave en la noche. Irrumpió en la casa una sombra roja con espada flameante, huyó con su frente de nieve. Oh muerte amarga.

Y una voz oscura habló dentro de mí: He roto la nuca a mi caballo negro en el bosque nocturno, porque de sus purpúreos ojos brotaba la demencia; las sombras de los olmos, la risa azul del manantial y la frescura negra de la noche cayeron sobre mí cuando levanté como cazador salvaje una lanza de nieve. En un infierno de piedra murió mi rostro.

Cayó brillando una gota de sangre en el vino del solitario; y cuando lo bebí sabía más amargo que la adormidera. Una nube profunda envolvió mi cabeza, las lágrimas de cristal de ángeles condenados. Delicadamente fluyó la sangre de la plateada herida de la hermana y una lluvia de fuego cayó sobre mí.

Por el lindero del bosque deseaba caminar, como alguien sombrío que ha dejado caer de sus mudas manos el velo solar, y al atravesar llorando la colina de la tarde levanta los párpados hacia la ciudad de piedra; como un animal que se siente tranquilo en la paz del viejo árbol; oh, esta cabeza inquieta acechando en la penumbra, esos pasos que corren dudosos buscando la nube azul en la colina, persiguiendo también implacables constelaciones. A un lado escolta el corzo la siembra verde, silenciosa compañía de los musgosos caminos del bosque. Las cabañas de los campesinos se han cerrado en su mutismo, y atemoriza en la negra calma del viento la queja azul del torrente.

Pero cuando descendí por el sendero de piedras, me asaltó la locura y grité fuerte en la noche; y cuando con mis dedos plateados me incliné sobre las aguas silenciosas vi que mi rostro me había abandonado. Y la voz blanca me dijo: ¡Mátate! Con un suspiro se levantó en mí la sombra de un niño y me observó radiante con ojos cristalinos: entonces caí llorando bajo los árboles
y la poderosa bóveda de estrellas.

Sobresaltado caminar por el caótico sendero de piedras, lejano de los caseríos de la tarde, viendo rebaños que regresan; en la distancia pasta el sol del ocaso en la pradera de cristal y su canto salvaje es conmovedor; el solitario grito del pájaro extraviándose en la paz azul.
Pero dulcemente vienes tú en la noche, mientras yo vigilo sobre la colina o cuando el delirio se desata en la tempestad de la primavera, y con nubes cada vez más sombrías vela mi cabeza muerta la tristeza. Mi alma nocturna es horrorizada por fantasmales relámpagos; tus manos desgarradoras se ensañan sobre mi pecho de aliento entrecortado.

Cuando penetré en la penumbra del jardín y se había apartado de mí la negra presencia del mal, me rodeó la calma del jacinto de la noche; y atravesé el estanque apacible en una barca ondulada mientras una dulce paz conmovió mi frente de piedra. Atónito descansé bajo
los viejos sauces y estaba el cielo azul muy alto colmado de estrellas; y cuando me perdí en su contemplación murieron la angustia y el dolor en lo más profundo de mí; y la sombra azul del niño se levantó radiante en la oscuridad, dulce canto. Entonces se elevó con alas de luna sobre el verdor de las cimas, por encima de los peñascos cristalinos, la blanca imagen de la hermana.

Con suelas plateadas descendí los espinosos escalones y entré en la alcoba blanqueada con cal. Ardía allí un candil silencioso y escondí calladamente mi cabeza en las sábanas purpúreas; y la tierra arrojó un cadáver infantil, una figura lunar que salió lentamente de mi sombra, precipitándose con los brazos quebrados de piedra en piedra, cayendo como nieve en copos.



Versión de Helmut Pfeiffer



Georg Trakl


martes, 8 de septiembre de 2009

Donde el tiempo se transforma en aliento




Veintiuna soledades como los siglos.
Inmortales, pasean por la calle
que un día fue mina, plantación
o circo romano.
Veintiuna veces cien para transcurrir.
Karmas y mancias
y tú, que te crees libre.
Veintiuna jornadas y siete días de espera
hasta que la luna enrojece contigo.
Días, meses, ciclos.
Eterno, el tiempo. Finitos, cada vida y
cada orgasmo que nos libera.
Como tu condensado aliento en la ventanilla de un tren.




Carlota Ex-nihilo


lunes, 7 de septiembre de 2009

Si pudiera




Si pudiera rozarte apenas;
si pudiera en tu piel escribir un poema:
¡Qué herida!



Manuel Martínez Forega


domingo, 6 de septiembre de 2009

DESCONECTARSE y más

Desconectarse


Noto tus pasos detrás de mí,
sigues el mecer de mis caderas
por los ajados pasillos de un hotel.
Un laberinto palpita ligero.
Abro la puerta y entras.


Te miro sentado en la cama hablándome.
Sé que tras cada frase tuya existe una mirada,
el dulce desasosiego,
el corazón de la tiniebla.

Intento contestarte sin perder el control.
Todavía no.
Aplazo el abandono;
aún quiero ser yo mía unos instantes.


Se abre el precipicio de tus ojos.
Tus manos se adentran en mi falda.
Estás hermoso.
Te deseo.
Como siempre
o más.


Me dejo llevar por tus besos y te huelo.


Tu aroma se enseñorea de mi cuerpo
y jugamos a jugar,
a reinventarnos,
a adivinarnos detrás de cada gesto.
Es tan fácil estar contigo.
No hay lucha,
nadie quiere ganar.




Cae la tarde y yo me vuelvo hiedra en ti.


Sólo necesito tu piel para estar viva.
Asirme en un abrazo largo y tendido
mientras me susurras
y me siento diosa de diosas entre tus manos.
Ésas con las que dibujas en mi rostro siluetas
con dedos pincelados
de todos los colores de la ternura.


Me rindo a tus silencios.
Ahogo mi llanto
-sois tan frágiles a veces-
pero estoy flotando entre tus caricias.


Me preguntas qué quiero
y yo no quiero nada,
porque todo lo tengo.
Sólo necesito anudarme a tu cuerpo,
no pensar,
olerte,
sólo olerte lo mismo que una loba.



Plantamos acacias de abismos en la piel estremecida.


Volvemos a jugar.
Las piezas ya dispuestas,
se avecina el jaque.
Mi cuerpo espera ansioso el lance final,
sentirte dentro,
pero no quiero que acabe aún la partida.
No quiero.
No quiero.
Sé que tras el mate te marchas
y no quiero echarte de menos.


Esta vez te vas antes porque dices que vuelves,
pero no volverás
-lo sé-
y te vas a ir antes de tiempo.




Espinas se clavan en las sombras.

Y te fuiste,
vestido de ese otro tú que no me pertenece.


Todo sigue oliendo a ti en tu ausencia.
Estás.
Pero el sueño retoma los caminos hacia el otro mundo,
ése en el que se conjugan verbos sin ti:
almorzar,
pagar,
coger un taxi,
volar.


Y sigue lloviendo sin pedir permiso.




Pura Salceda (de su libro Versos de perra negra)


sábado, 5 de septiembre de 2009

Al cielo




El puro azul ennoblece
mi corazón. Sólo tú, ámbito altísimo
inaccesible a mis labios, das paz y calma plenas
al agitado corazón con que estos años vivo.
Reciente la historia de mi juventud, alegre todavía
y dolorosa ya, mi sangre se agita, recorre su cárcel
y, roja de oscura hermosura, asalta el muro
débil del pecho, pidiendo tu vista,
cielo feliz que en la mañana rutilas,
que asciendes entero y majestuoso presides
mi frente clara, donde mis ojos te besan.
Luego declinas, ¡oh sereno, oh puro don de la altura!,
cielo intocable que siempre me pides, sin cansancio, mis besos,
como de cada mortal, virginal, solicitas.
Sólo por ti mi frente pervive al sucio embate de la sangre.
Interiormente combatido de la presencia dolorida y feroz,
recuerdo impío de tanto amor y de tanta belleza,
una larga espada tendida como sangre recorre
mis venas, y sólo tú, cielo agreste, intocado,
das calma a este acero sin tregua que me yergue en el mundo.
Baja, baja dulce para mí y da paz a mi vida.
Hazte blando a mi frente como una mano tangible
y oiga yo como un trueno que sea dulce una voz
que, azul, sin celajes, clame largamente en mi cabellera.
Hundido en ti, besado del azul poderoso y materno,
mis labios sumidos en tu celeste luz apurada
sientan tu roce meridiano, y mis ojos
ebrios de tu estelar pensamiento te amen,
mientras así peinado suavemente por el soplo de los astros,
mis oídos escuchan al único amor que no muere.



Vicente Aleixandre


viernes, 4 de septiembre de 2009

Cry baby




“¿No sabes, cariño,
Que nadie te amará nunca como yo trato de hacerlo?
¿Quién aliviará todo tu dolor, cariño, y también toda tu angustia?”
(Cry baby, Janis Joplin)






Qué más quisiera yo que haberte amado y quedarme en tus ojos de albatros y en el jardín. Giro completamente en torno a la rotonda, 360 grados, con la intención de regresar a decírtelo hace doscientos años. Si se cierra el semáforo será tarde. La única puerta que conozco se habrá desvanecido tras la niebla: la ciudad invisible, el jardín arrasado. Hay un tipo que canta una canción, a rastras como la lluvia, en la radio del coche. No servirá de nada, pero insisto en recordar su nombre que sé que olvidaré. Creció en Montevideo y hoy vive en Barcelona: me acordaré de esto sin embargo, aunque no signifique nada para mí. Es una carretera que termina en el mar. Eso me basta. De tus ojos de albatros no me olvidaré nunca.



Luisa Miñana












jueves, 3 de septiembre de 2009

HÁZMELO TODO, MI VIDA




Házmelo todo y házmelo bien, mi vida.
Quiero ver el deseo en tus ojos,
como cuando estás en la cadena metiendo tornillos,
y quedan pocos minutos para salir.
Esta noche me apetece. No pienses en nada.
Sólo hagámoslo.
Como si los agotados relojes no fueran a marcar,
nunca, la hora de fichar en la fábrica,
y nadie notara si llegamos tarde
a nuestro puto puesto de trabajo.
Como si no existieran otros cuerpos que los nuestros,
para descargar todo el placer de este mundo,
y el tiempo…
nos perteneciera.
Así quiero que me lo hagas, mi cielo.
Como si toda la frustración y el desencanto de la tierra
pudieran quemarse en éste pozo sin fondo.
Como se queman los años, sin detenerse.
Celebremos de noche la vida y de día…,
de día… celebremos la muerte, mi amor.



Dolores Bernal


miércoles, 2 de septiembre de 2009

Siete cantos a la muerte




Azulada muere la primavera; bajo sedientos árboles,
camina un ser oscuro en el ocaso
escuchando la dulce queja del mirlo.
Silenciosa aparece la noche, con un venado sangrante
que se abate lentamente en la colina.

La húmeda brisa mece la rama del manzano en flor,
se desata plateado lo que estuvo unido,
muriendo con ojos nocturnos; estrellas que caen;
dulce canto de la infancia.

Iluminado bajó el durmiente por el bosque negro,
murmuraba una fuente azul en la distancia
cuando él levantó sus pálidos párpados
sobre su rostro de nieve.

La luna espantó un rojo animal
de su guarida,
y el oscuro lamento de las mujeres murió en suspiros.

Radiante levantó sus manos hacia su estrella
el blanco forastero;
y silencioso abandona un muerto la casa derruida.

Oh la imagen corrupta del hombre;
fundida con fríos metales,
noche y espanto de bosques sumergidos
y el ardor del animal solitario;
quietud de las corrientes del alma.

La barca sombría lo llevó por cauces fulgurantes,
llenos de estrellas púrpuras, y se inclinó
apacible sobre él la verde rama,
como una blanca amapola desde sus nubes de plata.

Tendida en el bosque de avellanos
juega con sus estrellas.
El estudiante, quizá un doble,
la sigue con la vista desde la ventana.
Detrás de él está su hermano muerto,
o tal vez baja por la vieja escalera de caracol.
A la sombra de los pardos castaños
palidece la figura del joven novicio.
El jardín está en el ocaso.
En el claustro revolotean murciélagos.
Los hijos del portero dejan de jugar
y buscan el oro del cielo.
Acordes finales de un cuarteto.
La pequeña ciega corre temblando por el camino
y después su sombra va a tientas por muros fríos,
rodeada de cuentos y leyendas sagradas.

Hay un navío vacío que al atardecer
desciende por el negro canal.
En las tinieblas del viejo asilo caen ruinas humanas.
Los huérfanos yacen muertos junto al muro del jardín.
De alcobas en penumbra
surgen ángeles con alas manchadas de barro.
Gotean gusanos de sus párpados amarillentos.
La plaza de la iglesia es sombría y silenciosa
como en los días de la infancia.
Sobre pies de plata se deslizan antiguas vidas
y las sombras de los condenados
descienden hacia las aguas suspirantes.
En su tumba juega el mago blanco con sus serpientes.

Silenciosos sobre el calvario
se abren los dorados ojos de Dios.



Versión de Helmut Pfeiffer




Georg Trakl



martes, 1 de septiembre de 2009

La certidumbre de existir




Si
lo he visto todo
todo lo que no existe destruir lo que existe
la espera arrasa la tierra como un nuevo diluvio
el día sangra
unos ojos azules recogen el viento para mirar
y olas enloquecidas llegan hasta la orilla del país silencioso
donde los hombres sin memoria
se afanan por perderlo todo

En una calle de apretado silencio transcurre el asombro
todo retrocede hasta un limite inalcanzable para el deseo

pero tu y yo existimos

tu cuerpo y el mío se adelantan y aproximan
y aunque nunca se toquen aunque un inmenso vacío los
separe
tu y yo existimos


Aldo Pellegrini