sábado, 27 de febrero de 2010

DISCURSO DE LAS ARMAS Y LAS LETRAS

DISCURSO DE LAS ARMAS Y LAS LETRAS




Peor que la sensación
de escribir siempre lo mismo,
es la de no estar escribiendo nada.
Siempre lo mismo y siempre nada.
¿Pero qué otra cosa puedo hacer
si no son estos cantos a la luna,
este decirte que te espero en casa,
a la hora convenida,
la mesa puesta y estas ganas de amar,
como si en ello nos fuera la vida?

Los pocos hombres con los que peleé,
son hoy mis mejores amigos.
No esperes que te cuente excitantes
batallas, grandiosos sucedidos.
Acabé la EGB,
bebí Martini etcétera.
No esperes que te traiga la épica.
Ni siquiera recuerdo
dónde metí la lírica,
de qué armario ha de salir.
No olvides que ni siquiera hice la mili.
Servicio militar obligatorio.
Los liberales progresistas
españoles lo trajeron, allá en el diecinueve,
y Aznar se lo llevó.
La vida es tan confusa…
Te confieso
que no sé qué os hago
si hace sólo tres días
me decís que meto a Aznar en un poema mío.
Pero esto no es un poema, ni nada, es el vacío.
Poemas, los que hacía Garcilaso.
Yo sólo hago macarrones.
Macarrones y pechugas a la plancha,
mientras te espero en casa
–la mesa puesta–
a la hora convenida,
y tú te retrasas,
y mis tripas ya suenan,
y estas ganas de amarnos
que tengo y no se van,
amar,
como si en ello nos fuera la vida.


Enrique Cebrián


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