Se le caían. Las botas altas le hacían unas piernas orgullosas de sí mismas. Pero, de la rodilla hacia arriba se le caían y a ella eso la ponía muy nerviosa.
Qué tal me quedan.
Bien.
Qué coño, bien. No ves esas arrugas.
Qué.
Que me hacen la pierna gorda, pareces tonto.
Pues ponte otra cosa. Tienes veinte pares más.
No salgo.
No jodas, que ya llegamos tarde.
Que no. Piensa como lo arreglo, para qué eres modisto, vaya modisto de habas.
A mi las arrugas de las botas me ponen cachondo.
Vete a la mierda.
Soy modisto, no zapatero. ¿Tienes una goma?.
¿Eh?. Hoy no follas.
Que no mujer, con un trozo de goma te hago unas ligas.
¿Tú crees?. (después de mucho buscar). Solo he encontrado esto.
Esto mide un palmo, sólo sale una.
Vale, pues házme una.
Pues sí, me vale. Pero cómo voy a llevar una bota estirada y la otra caída.
Quítate el sujetador.
Y dale.
La otra liga te la saco de ahí.
Sí hombre, no pienso en otra cosa.
Me acuerdo de ese momento de tensión, cabreo, complicidad, y caos, porque esa única liga, esa, acaba de aparecer en un bolsillo de mi cazadora. Por fin, salimos, pero estuvo toda la noche refunfuñando mientras se estiraba de vez en cuando las putas botas.
Y Ahora que hemos roto, y no pensamos volver, viene a mi memoria ese poso feliz, sencillo y cotidiano, y pienso en la tragedia que realmente fue para ella, lo que sucedía, por encima de su maravillosas rótulas, justo desde el músculo sartorio hasta casi llegar al biceps femoral.
Pepe Montero
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