Una anciana que anda en chancleta
se detiene en la esquina entre la calle de la
Soledad
y la plaza que lleva el mismo nombre,
y mientras recupera el poco aliento que aún le queda
contempla con extrañeza el aspecto de la casa
en la que tiene su nuevo domicilio
social
la asociación de vecinos del barrio
y se pregunta, trata de recordar, qué era
lo que había antes ahí.
Leche con ginebra y farolillos de papel.
Eso era lo que había, señora.
Leche de pantera y farolillos de colores:
el mesón, el taller y la casa de Wei Hsiao Niu,
el chino que descubrió Asturias en los años veinte.
Pero la mujer,
por más que lo intenta,
no consigue visualizar los ojos rasgados,
el corredor de gala o el letrero de neón;
de modo que, en busca de un punto de referencia,
dirige la mirada hacia la imprenta de José,
pero se encuentra con un camión basculante,
una pala excavadora y una fachada de andamios.
Sintiéndose desamparada,
la mujer empieza a desvariar:
es que solo nos traen grúas y demonios, grúas
y demonios…
Después echa a andar y tropieza
con una chapa de acero que cubre una zanja.
Sus manos se agarran a una valla metálica.
La memoria, en cambio, no encuentra
dónde.
David González
miércoles, 5 de octubre de 2011
LA IMPRENTA
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