I
Mañana quizá siga vivo. Después de atravesar con piel tensa la atmósfera del sueño; cuando reviente otra vez la luz en mi mano. Mañana que es vestirse de rojo, de azul, vestirse con saliva doméstica. Mañana en que nos quede el pan sobre la mesa.
Quizá siga vivo, mañana, y me atreva a abrir los ojos.
¿Sabéis? Hay un país antes de este país, un mar antes de cualquier mar, un asfalto que desemboca en los pies de quien se detiene; sabéis, hay un cuerpo antes de todo cuerpo y que no tiene heridas.
(Antes de volver, de trazar siluetas de tiza, antes de sentir frío o calor, mucho antes, por supuesto, de sufrir).
Pongo mi peso en el mundo pero el mundo no lo siente y me tambaleo, siento un vértigo alcohólico.
¿Os he dicho mi nombre?
II
Me levanto; dejo mi habitación como se deja una promesa. Me preparo un café largo y solo. Bebo a pequeños sorbos, inhalo su calor vaporoso mientras miro la nada, un minuto, dos minutos, tres.
El silencio me calma.
Un rumor confuso crece en mí. La amargura del café me rehace por dentro.
Han pasado tres minutos o tres siglos, es igual. Mi motivación no está, ya, en las primaveras, ni en un invierno de cristales, ni en un verano de corcheas. Mi voz quiere defender su aristocracia alzándose ante la duda.
Entre trinos salvajes la página virgen. ¿Lo escuchas? Muy dulce.
Han pasado tres minutos o tres siglos, no importa. He sobrevivido a las guirnaldas y doy fuego a los violines.
Bailo alrededor de una bombilla intermitente. Ensayo mi mejor sonrisa ante el espejo, guiño un ojo; bien. Bailo y me llamáis por mi nombre. Emulo la libertad del loco.
Fingiré que soy yo, otra vez.
III
Mañana quizá siga vivo y sumerja una pluma en el blanco semen y escriba. En cada verso un alma nacerá; en cada alma una posibilidad nueva.
No tengas miedo, no, ángel del desequilibrio.
Porque el poeta nunca ha tenido nada, sólo dos manos en actitud de ofrenda.
Y el silencio.
(De Teatro, inédito)
Juan Manuel Uría
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