viernes, 30 de abril de 2010
Del canto XIX de EPÍSTOLA DESDE CIMERIA
Pienso en los años que levantaban una esquina
del velo que cubría la fealdad de este mundo.
En el lienzo esbozado tan sólo, y engañoso,
y en el confiado y largo día que no pudieron arrebatarnos.
Nuestros humildes goces me llueven aún en la memoria.
Todas las risas que hicieron temblar tus paredes.
Pero un ruiseñor fue a morir sobre tu pecho,
y con él murió la estación y cayó el último velo:
el mundo estaba allí, carbonizado escenario.
Yo llegué a lo alto de una colina, con mi abrigo negro,
y de mí surgió un viento que arrastró las cenizas;
con el poder que otorga el espectro de lo humilde,
el de la muerta lágrima o el del último ruiseñor.
Líneas de un inarticulado drama,
y gestos fantasmales, y otros aún no encarnados,
cruzaban la desierta escena.
Había que aprender el dolor de las réplicas y contrarréplicas,
había que saltar a la escena más pronto o más tarde.
Y un soplo de ceniza que fue verso
se arremolinó en el vacío sobre las tablas.
Ángel Sobreviela
jueves, 29 de abril de 2010
Del canto XV de EPÍSTOLA DESDE CIMERIA
¬¬ Ballet:
En la esfera cerrada. Con las banderas caídas, enroscadas como serpientes en torno al asta. Orquestas muertas. Encerrado. Un fluir de ríos estelares. En la esfera de fría luz sobre las rocas, a la conquista del cielo de invierno. Una orquesta muerta contempla las hecatombes en expansión sonora. Cuando el crescendo de los timbales se encierra en un círculo sellado de vibrante incertidumbre. Un bolígrafo, sin tinta casi, que aún duda sobre el folio desarrugado. Pero que ese cuerpo en movimiento quede sobre el papel. Silueta tan nítida como sobre la pantalla del mar vista desde lo alto, a contraluz. Y ahora, de nuevo, la tempestad y la flor letal. Todo está decidido. Se abrirán heridas espantosas. Ninguna rama de olivo será traída desde un cielo de Sturm und Drang. Cielos magullados que no hallan su paz. Blancas cruces de tormento y estupor naufragando en las oleadas compasivas del viento, en el amor violento de las ráfagas deshilachadas de años olvidadizos. Forma inmortal redime la metálica candidez del paisaje. Un bolígrafo sin tinta suspendido sobre la partitura que se quema. Y los pechos de madera y sus lágrimas de hielo. Y el exilio es el retorno.
Telón.
Ángel Sobreviela
miércoles, 28 de abril de 2010
Del canto XIII de EPÍSTOLA DESDE CIMERIA
Desde el árbol nos contempla una muchedumbre sentada, con rostros graves y románicos.
Una multitud acompaña a cada hombre.
Llegamos a la plaza: nuestros muertos abuelos ven ángeles donde nosotros palomas. De noche, ven abrirse la flor de nuestro dolor; y con ojos que ya nunca se cierran, contemplan la sangre que no pueden restañar.
Desde las profundidades clamamos, donde permanecemos abandonados a nuestras palabras y discursos, a su veneno clavado en nuestras venas y del que no podemos huir. Palabras que discurren por tuberías y alcantarillas, que suben y bajan y siempre vuelven, y se nos enroscan como serpientes a cada paso incierto.
Pero en algún lugar, bajo el asfalto, está el manantial.
Un invierno llega a un paisaje y todo puede cambiar. Y la esfera se cierra, como una onda de agua fría, deslumbrante, que se curva sobre sí misma y se mantiene así, aferrando sus átomos.
Que se eleven las aguas en el aire inmóvil. Que suceda lo que ha sido deseado una y otra vez, pagado con sangre prematura en el confín del mundo... con la entrega del cuerpo sobre la palma abierta de la vasta mano del mar... con el tiempo pacientemente escrito sobre la carne, en la inmovilidad y la ignorancia de una celda que era amada.
Ángel Sobreviela
martes, 27 de abril de 2010
De Roma XXIX
Un desconocido perfume cálido
su novísima reminiscencia
y un claro son emergen de la piazza
un canto reverberante en la fuga de los arcos
y me detengo, contemplo las grietas de los pilares
hasta que la piedra se funde
en un desmenuzar de cenizas con el cielo.
El caballo negrea en su árido pedestal
principesca altivez de balcones
se retuerce en las grises pantallas
trenzan luz de faroles tempranos en las paredes barrocas.
Última estribación de la ciudad
y despedida del cemento
las fachadas abren paso al lienzo del mar
el respirar enfermo del puerto.
El ángelus lejano, caído
de inolvidables pinceladas verticales.
Satisfecho si como el rocío
espejo roto en la hierba
retengo por un instante cuanto alcanzo.
Ángel Sobreviela
lunes, 26 de abril de 2010
De Roma XX
(…)
Ya lejanas muchas cosas,
los sueños de aquel verano,
estío de los blancos caminos,
la risa al correr...
mi propia historia era ya una historia.
Y muertos cantores miraban con mis ojos:
árbol, piedra, la iglesia entre los edificios;
y acogía sumiso la voz de cada rincón,
comenzaba a mirar en el seno del aire,
a tallar palabras en el seno del aire.
Aprendía obediencias desconocidas.
Pero ante todo el cuerno épico
(la muerte estaba siempre cerca),
no la disposición concienzuda de razones o percepciones
en el frágil andamiaje de una convención
que llamamos poema, canción,
ni todavía el desfallecido primor de la página de D´Annunzio
sobre el terciopelo de un rojo suntuoso, viscontiano...
la muerte estaba siempre presente.
Mil páginas, luego diez mil,
viejas, extrañas, me habían esperado
como puñales en la noche
para herir mi carne y mi esperanza,
para hacerlas inconsolables;
y unas hablaban de otras,
y otras de mí y otras de todos,
y eran labor sin fin,
caminos frágiles dentro de caminos.
(…)
Ángel Sobreviela
domingo, 25 de abril de 2010
Me doy cuenta de que me faltas
Me doy cuenta de que me faltas
y de que te busco entre las gentes, en el ruido,
pero todo es inútil.
Cuando me quedo solo
me quedo más solo
solo por todas partes y por ti y por mí.
No hago sino esperar.
Esperar todo el día hasta que no llegas.
Hasta que me duermo
y no estás y no has llegado
y me quedo dormido
y terriblemente cansado
preguntando.
Amor, todos los días.
Aquí a mi lado, junto a mí, haces falta.
Puedes empezar a leer esto
y cuando llegues aquí empezar de nuevo.
Cierra estas palabras como un círculo,
como un aro, échalo a rodar, enciéndelo.
Estas cosas giran en torno a mí igual que moscas,
en mi garganta como moscas en un frasco.
Yo estoy arruinado.
Estoy arruinado de mis huesos,
todo es pesadumbre.
Jaime Sabines
sábado, 24 de abril de 2010
He aquí que tú estás sola y que estoy solo
He aquí que tú estás sola y que estoy solo.
Haces tus cosas diariamente y piensas
y yo pienso y recuerdo y estoy solo.
A la misma hora nos recordamos algo
y nos sufrimos. Como una droga mía y tuya
somos, y una locura celular nos recorre
y una sangre rebelde y sin cansancio.
Se me va a hacer llagas este cuerpo solo,
se me caerá la carne trozo a trozo.
Esto es lejía y muerte.
El corrosivo estar, el malestar
muriendo es nuestra muerte.
Ya no sé dónde estás. Yo ya he olvidado
quién eres, dónde estás, cómo te llamas.
Yo soy sólo una parte, sólo un brazo,
una mitad apenas, sólo un brazo.
Te recuerdo en mi boca y en mis manos.
Con mi lengua y mis ojos y mis manos
te sé, sabes a amor, a dulce amor, a carne,
a siembra , a flor, hueles a amor, a ti,
hueles a sal, sabes a sal, amor y a mí.
En mis labios te sé, te reconozco,
y giras y eres y miras incansable
y toda tú me suenas
dentro del corazón como mi sangre.
Te digo que estoy solo y que me faltas.
Nos faltamos, amor, y nos morimos
y nada haremos ya sino morirnos.
Esto lo sé, amor, esto sabemos.
Hoy y mañana, así, y cuando estemos
en nuestros brazos simples y cansados,
me faltarás, amor, nos faltaremos.
Jaime Sabines
viernes, 23 de abril de 2010
Entonces se enviaban suspiros en las rosas
Entonces se enviaban suspiros en las rosas,
besos-palomas de balcón a balcón.
Pero la sucia noche revolvía alfileres,
sábanas, rezos, cruces, luto de amor.
Caras agrias, en sombra, el deseo encendió.
(Cuántos hijos tirados en paredes,
pañuelos, muslos, manos, por Dios!)
muro de agua, la angustia, se levantó.
Humo rojo en mis venas. Transfigurado cielo.
De polvo a polvo soy.
Jaime Sabines
jueves, 22 de abril de 2010
Después de todo
sólo se trata de acostarse juntos,
se trata de la carne,
de los cuerpos desnudos,
lámpara de la muerte en el mundo.
Gloria degollada, sobreviviente
del tiempo sordomudo,
mezquina paga de los que mueren juntos.
A la miseria del placer, eternidad,
condenaste la búsqueda, al injusto
fracaso encadenaste sed,
clavaste el corazón a un muro.
Se trata de mi cuerpo al que bendigo,
contra el que lucho,
el que ha de darme todo
en un silencio robusto
y el que se muere y mata a menudo.
Soledad, márcame con tu pie desnudo,
aprieta mi corazón como las uvas
y lléname la boca con su licor maduro.
miércoles, 21 de abril de 2010
Codiciada, prohibida...
Codiciada, prohibida,
cercana estás, a un paso, hechicera.
Te ofreces con los ojos al que pasa,
al que te mira, madura, derramante,
al que pide tu cuerpo como una tumba.
Joven maligna, virgen,
encendida, cerrada,
te estoy viendo y amando,
tu sangre alborotada,
tu cabeza girando y ascendiendo,
tu cuerpo horizontal sobre las uvas y el humo.
Eres perfecta, deseada.
Te amo a ti y a tu madre cuando estáis juntas.
Ella es hermosa todavía y tiene
lo que tú no sabes.
No sé a quién prefiero
cuando te arregla el vestido
y te suelta para que busques el amor.
Jaime Sabines
martes, 20 de abril de 2010
Del mar
Del mar, también del mar,
de la tela del mar que nos envuelve,
de los golpes del mar y de su boca,
de su vagina oscura,
de su vómito,
de su pureza tétrica y profunda,
vienen la muerte, Dios, el aguacero
golpeando las persianas,
la noche, el viento.
De la tierra también,
de las raíces agudas de las casas,
del pie desnudo y sangrante de los árboles,
de algunas rocas viejas que no pueden moverse,
de lamentables charcos, ataúdes del agua,
de troncos derribados en que ahora duerme el rayo,
y de la yerba, que es la sombra de las ramas del cielo,
viene Dios, el manco de cien manos,
ciego de tantos ojos,
dulcísimo, impotente.
(Omniausente, lleno de amor,
el viejo sordo, sin hijos,
derrama su corazón en la copa de su vientre.)
De los huesos también,
de la sal más entera de la sangre,
del ácido más fiel,
del alma más profunda y verdadera,
del alimento más entusiasmado,
del hígado y del llanto,
viene el oleaje tenso de la muerte,
el frío sudor de la esperanza,
y viene Dios riendo.
Caminan los libros a la hoguera.
Se levanta el telón: aparece el mar.
(Yo no soy el autor del mar.)
Jaime Sabines
lunes, 19 de abril de 2010
Déjame reposar
Déjame reposar,
aflojar los músculos del corazón
y poner a dormitar el alma
para poder hablar,
para poder recordar estos días,
los más largos del tiempo.
Convalecemos de la angustia apenas
y estamos débiles, asustadizos,
despertando dos o tres veces de nuestro escaso sueño
para verte en la noche y saber que respiras.
Necesitamos despertar para estar más despiertos
en esta pesadilla llena de gentes y de ruidos.
Tú eres el tronco invulnerable y nosotros las ramas,
por eso es que este hachazo nos sacude.
Nunca frente a tu muerte nos paramos
a pensar en la muerte,
ni te hemos visto nunca sino como la fuerza y la alegría.
No lo sabemos bien, pero de pronto llega
un incesante aviso,
una escapada espada de la boca de Dios
que cae y cae y cae lentamente.
y he aquí que temblamos de miedo,
que nos ahoga el llanto contenido,
que nos aprieta la garganta el miedo.
Nos echamos a andar y no paramos
de andar jamás, después de medianoche,
en ese pasillo del sanatorio silencioso
donde hay una enfermera despierta de ángel.
Esperar que murieras era morir despacio,
estar goteando del tubo de la muerte,
morir poco, a pedazos.
No ha habido hora más larga que cuando no dormías,
ni túnel más espeso de horror y de miseria
que el que llenaban tus lamentos,
tu pobre cuerpo herido.
Jaime Sabines
domingo, 18 de abril de 2010
Gris de mi ser que me persigue
Daría mi sombra,
gris de mi ser que me persigue,
por espirar el duelo
y arañar la estela del naufragio.
Todo síntoma que recorro
me conduce al centro
que en mí escarbo.
Toda calentura que palpo
orienta a la certeza
el sentido inconcluso de mis dedos.
Verdades abiertas de la herida
y pupilas amantes de la sangre
que exigen atravesarme en la tormenta.
Vendavales llenos de mañanas
que recorren mi valle,
garganta abajo…
hasta el vientre…
hasta más allá de lo punible.
Siena. Es el color de la víscera
que apuntala mi cuerpo.
Porque de tierra es el crisol
en donde arraigo,
sin más habitabilidad
que el barro simple del que libo.
Tierra. Mineral nostálgico del abrazo
para yacer, honrar y laborar
cada vez que el oxígeno me invade
y aquilata la arqueta del amor.
Daría mi sombra,
gris de mi ser que me persigue,
por endulzar la boca
y anudar un señuelo a la sonrisa.
Laura Gómez Recas
sábado, 17 de abril de 2010
No sé hacer fuego bajo la lágrima
El frío se está agolpando en tu mirada
y yo recojo leña húmeda de estrellas
entre un fango destilado de orfandad.
No sé hacer fuego bajo la lágrima,
reveladora del negativo de lo auténtico.
Ni sé incendiar la incuria que adormece
la excelencia de tu luz.
Laura Gómez Recas
jueves, 15 de abril de 2010
Solar de mi silencio
Y moriré a ras de cristal irritado por la escarcha…
Sólo seré estela exhalada de un pulmón
sobre el polvo acumulado entre mis cosas.
El lápiz, el espejo, la sortija…
desde el sueño de las horas, para serme intuición,
vestirán otros ojos con apego a la incógnita.
Y se extinguirá mi sombra en la minucia del camino…
Nunca más sobre mí misma habré de erguirme
por el descanso de todo lo intangible que me forma.
El dolor, la duda, la inquietud…
serán décimas del tiempo exterminado de mi piel
para serme carencia, opacidad, solar de mi silencio.
Laura Gómez Recas
miércoles, 14 de abril de 2010
Otro Día
La rótula ha girado
ciento ochenta.
Empolvamos de soledad la noche
para hacer soberano al silencio
que agrede la piel del labio
con el crujido invisible de su ira.
Entramos en la sima indefinible
de la sábana blanca
para agrupar al ejército de los sueños.
Y doblamos.
Doblamos la esquina,
con la indiferencia de quien cierra un libro
sin haber leído el capítulo central.
Laura Gómez Recas
martes, 13 de abril de 2010
Crucería
Imán del arco,
templa la bóveda
con el silencio del verbo
dilatado en cada nervadura.
La piedra es de la carne
el aparejo que la extiende.
Tensión desplegada
hacia el reino de la nube…
orbitando en lo rotundo.
Laura Gómez Recas
lunes, 12 de abril de 2010
Mi boca
Mi boca
mastica las sílabas de tu fronda al pronunciarte.
Lenta,
se jacta de ser dueña de la porción de clepsidra que te atrapa con mis dedos.
Contumaz,
vigila el estigma crecido en el desierto de la ausencia.
Hambrienta,
vaticina la inexistencia de tu cuerpo sobre el oráculo de la palabra.
Laura Gómez Recas
domingo, 11 de abril de 2010
Despedida del mar
Por más que intente al despedirme
guardarte entero en mi recinto
de soledad, por más que quiera
beber tus ojos infinitos,
tus largas tardes plateadas,
tu vasto gesto, gris y frío,
sé que al volver a tus orillas
nos sentiremos muy distintos.
Nunca jamás volveré a verte
con estos ojos que hoy te miro.
Este perfume de manzanas,
¿de dónde viene? ¡Oh sueño mío,
mar mío! ¡Fúndeme, despójame
de mi carne, de mi vestido
mortal! ¡Olvídame en la arena,
y sea yo también un hijo
más, un caudal de agua serena
que vuelve a ti, a su salino
nacimiento, a vivir tu vida
como el más triste de los ríos!
Ramos frescos de espuma... Barcas
soñolientas y vagas... Niños
rebañando la miel poniente
del sol... ¡Qué nuevo y fresco y limpio
el mundo...! Nace cada día
del mar, recorre los caminos
que rodean mi alma, y corre
a esconderse bajo el sombrío,
lúgubre aceite de la noche;
vuelve a su origen y principio.
¡Y que ahora tenga que dejarte
para emprender otro camino!...
Por más que intente al despedirme
llevar tu imagen, mar, conmigo;
por más que quiera traspasarte,
fijarte, exacto, en mis sentidos;
por más que busque tus cadenas
para negarme a mi destino,
yo sé que pronto estará rota
tu malla gris de tenues hilos.
Nunca jamás volveré a verte
con estos ojos que hoy te miro.
José Hierro
sábado, 10 de abril de 2010
Así era
Canta, me dices. Y yo canto.
¿Cómo callar? Mi boca es tuya.
Rompo contento mis amarras,
dejo que el mundo se me funda.
Sueña, me dices. Y yo sueño.
¡Ojalá no soñara nunca!
No recordarte, no mirarte,
no nadar por aguas profundas,
no saltar los puentes del tiempo
hacia un pasado que me abruma,
no desgarrar ya más mi carne
por los zarzales, en tu busca.
Canta, me dices. Yo te canto
a ti, dormida, fresca y única,
con tus ciudades en racimos,
como palomas sucias,
como gaviotas perezosas
que hacen sus nidos en la lluvia,
con nuestros cuerpos que a ti vuelven
como a una madre verde y húmeda.
Eras de vientos y de otoños,
eras de agrio sabor a frutas,
eras de playas y de nieblas,
de mar reposando en la bruma,
de campos y albas ciudades,
con un gran corazón de música.
José Hierro
viernes, 9 de abril de 2010
Amanecer
Imagínate tú...
Imagínatelo tú por un momento.
R. A.
La estrella aún flotaba en las aguas.
Río abajo, a la noche del mar, la llevó la corriente.
Y de pronto la mágica música errante en la sombra
se apagó, sin dolor, en el fresco silencio silvestre.
Imagínate tú, piensa sólo un instante,
piensa sólo un instante que el alma comienza a caerse.
(Las hojas, el canto del agua que sólo tú escuchas:
maravilloso silencio que pone en las tuyas su mano evidente.)
Piensa sólo un instante que has roto los diques y flotas sin tiempo en la noche,
que eres carne de sombra, recuerdo de sombra; que sombra tan sólo te envuelve.
Piensa conmigo «¡tan bello era todo, tan nuestro era todo, tan vivo era todo,
antes que todo se desvaneciese!»
Imagínate tú que hace siglos que has muerto.
No te preguntan las cosas, si pasas, quién eres.
Procura un instante pensar que tus brazos no pesan.
Son nada más que dos cañas, dos gotas de lluvia, dos humos calientes.
(¡Tan bello era todo, tan nuestro era todo, tan vivo era todo!)
Y cuando creas que todo ante ti perfecciona su muerte,
abre los ojos:
El trágico hachero saltaba los montes,
llevaba una antorcha en la mano, incendiaba los bosques nacientes.
El río volvía a mojar las orillas que dan a tu vida.
El prodigio era tuyo y te hacías así vencedor de la muerte.
José Hierro
jueves, 8 de abril de 2010
Cae el sol
Perdóname. No volverá a ocurrir.
Ahora quisiera
meditar, recogerme, olvidar: ser
hoja de olvido y soledad.
Hubiera sido necesario el viento
que esparce las escamas del otoño
con rumor y color.
Hubiera sido necesario el viento.
Hablo con humildad,
con la desilusión, la gratitud
de quien vivió de la limosna de la vida.
Con la tristeza de quien busca
una pobre verdad en que apoyarse y descansar.
La limosna fue hermosa -seres, sueños, sucesos, amor-,
don gratuito, porque nada merecí.
¡Y la verdad! ¡Y la verdad!
Buscada a golpes, en los seres,
hiriéndolos e hiriéndome;
hurgada en las palabras;
cavada en lo profundo de los hechos
-mínimos, gigantescos, qué más da:
después de todo, nadie sabe
qué es lo pequeño y qué lo enorme;
grande puede llamarse a una cereza
( "hoy se caen solas las cerezas",
me dijeron un día, y yo sé por qué fue ),
pequeño puede ser un monte,
el universo y el amor.
Se me había olvidado algo
que había sucedido.
Algo de lo que yo me arrepentía
o, tal vez, me jactaba.
Algo que debió ser de otra manera.
Algo que era importante
porque pertenecía a mi vida: era mi vida.
(Perdóname si considero importante mi vida:
es todo lo que tengo, lo que tuve;
hace ya mucho tiempo, yo la habría vivido
a oscuras, sin lengua, sin oídos, sin manos,
colgado en el vacío,
sin esperanza.)
Pero se me ha borrado
la historia (la nostalgia)
y no tengo proyectos
para mañana, ni siquiera creo
que exista ese mañana (la esperanza).
Ando por el presente
y no vivo el presente
(la plenitud en el dolor y la alegría).
Parezco un desterrado
que ha olvidado hasta el nombre de su patria,
su situación precisa, los caminos
que conducen a ella.
Perdóname que necesite
averiguar su sitio exacto.
José Hierro
miércoles, 7 de abril de 2010
Apagamos las manos
Apagamos las manos. Dejamos encima del mar marchitarse la luna...
Apagamos las manos. Dejamos encima del mar marchitarse la luna
y nos pusimos a andar por la tierra cumplida de sombra.
Ahora ya es tarde. Las albas vendrán a ofrecernos sus húmedas flores.
Ciegos iremos. Callados iremos, mirando algo nuestro que escapa
hacia su patria remota.
(Nuestro espíritu debe de ser, que cabalga
sobre las olas.)
Ahora ya es tarde. Apagamos las manos felices
y nos ponemos a andar por la tierra cumplida de sombra.
Hemos caído en un pozo que ahoga los sueños.
Hemos sentido la boca glacial de la muerte tocar nuestra boca.
Antes, entonces, con qué gozo ardiente,
con qué prodigioso encenderse de aurora
modelamos en nieblas efímeras, en pasto de brisas ligeras,
nuestra cálida hora.
Y cómo apretamos las ubres calientes. Y cómo era hermoso
pensar que no había ni ayer, ni mañana, ni historia.
Ahora ya es tarde; apagamos las manos felices
y nos ponemos a andar por la tierra cumplida de sombra.
Cómo errar por los años, como astros gemelos, sin fuego,
como astros sin luz que se ignoran.
Cómo andar, sin nostalgia, el camino, soñando dos sueños distintos
mientras en torno el amor se desploma.
Ahora ya es tarde. Sabemos. Pensamos. (Buscábamos almas.)
Ahora sabemos que el alma no es piedra ni flor que se toca.
Como astros gemelos y ajenos pasamos, sabiendo
que el alma se niega si el cuerpo se niega.
Que nunca se logra si el cuerpo se logra.
Dejamos encima del mar marchitarse la luna.
Cómo errar, por los años, sin gloria.
Cómo aceptar que las almas son vagos ensueños
que en sueños tan sólo se dan, y despiertos se borran.
Qué consuelo ha de haber, si lograr una gota de un alma
es pretender apresar el latir de la tierra, desnuda y redonda.
Estamos despiertos. Sabemos. Como astros soberbios, caídos,
sentimos la boca glacial de la muerte tocar nuestra boca.
José Hierro
martes, 6 de abril de 2010
Acelerando
Aquí, en este momento, termina todo,
se detiene la vida. Han florecido luces amarillas
a nuestros pies, no sé si estrellas. Silenciosa
cae la lluvia sobre el amor, sobre el remordimiento.
Nos besamos en carne viva. Bendita lluvia
en la noche, jadeando en la hierba,
trayendo en hilos aroma de las nubes,
poniendo en nuestra carne su dentadura fresca.
Y el mar sonaba. Tal vez fuera su espectro
porque eran miles de kilómetros
los que nos separaban de las olas,
y lo peor, miles de días pasados y futuros nos separaban.
Descendían en la sombra las escaleras.
Dios sabe a dónde conducían. Qué más daba. «Ya es hora
-dije yo-, ya es hora de volver a tu casa.»
Ya es hora. En el portal, «Espera», me dijo. Regresó
vestida de otro modo, con flores en el pelo.
Nos esperaban en la iglesia. «Mujer te doy.» Bajamos
las gradas del altar. El armonio sonaba.
Y un violín que rizaba su melodía empalagosa.
Y el mar estaba allí. Olvidado y apetecido
tanto tiempo. Allí estaba. Azul y prodigioso.
Y ella y yo solos, con harapos de sol y de humedad.
«¿Dónde, dónde la noche aquella, la de ayer...?», preguntábamos
al subir a la casa, abrir la puerta, oír al niño que salía
con su poco de sombra con estrellas,
su agua de luces navegantes,
sus cerezas de fuego. Y yo puse mis labios
una vez más en la mejilla de ella. Besé hondamente.
Los gusanos labraron tercamente su piel. Al retirarme
lo vi. Qué importa, corazón. La música encendida,
y nosotros girando. No: inmóviles. El cáliz de una flor
gris que giraba en torno vertiginosa.
Dónde la noche, dónde el mar azul, las hojas de la lluvia.
Los niños -quiénes son, que hace un instante
no estaban-, los niños aplaudieron, muertos de risa:
«Qué ridículos, papá, mamá». «A la cama», les dije
con ira y pena. Silencio. Yo besé
la frente de ella, los ojos con arrugas
cada vez más profundas. ¿Dónde la noche aquella,
en qué lugar del universo se halla? «Has sido duro
con los niños.» Abrí la habitación de los pequeños,
volaron pétalos de lluvia. Ellos estaban afeitándose.
Ellas salían con sus trajes de novia. Se marcharon
los niños -¿por qué digo los niños?- con su amor,
con sus noches de estrellas, con sus mares azules,
con sus remordimientos, con sus cuchillos de buscar
bajo la carne. Dónde, dónde la noche aquella,
dónde el mar... Qué ridículo todo: este momento detenido,
este disco que gira y gira en el silencio,
consumida su música...
José Hierro
lunes, 5 de abril de 2010
A orillas del East River
I
En esta encrucijada,
flagelada por vientos de dos ríos
que despeinan la calle y la avenida,
pisoteada su negrura por gaviotas de luz,
descienden las palabras a mi mano,
picotean los granos de rocío,
buscan entre mis dedos las migajas de lágrimas.
Siempre aspiré a que mis palabras,
las que llevo al papel,
continuasen llorando
-de pena, de felicidad, de desesperanza,
al fin, todo es lo mismo-,
porque yo las había llorado antes;
antes de que desembocasen en el papel blanquísimo,
en el papel deshabitado, que es el morir.
Dejarían en él los ecos asordados, empañados,
de lo que tuvo vida.
Alguien advertiría la humedad de las lágrimas,
lloraría por seres que jamás conoció,
que acaso no es posible que existieran
aunque estuvieron vivos
en el recuerdo o en la imaginación.
Lloraríamos todos por los desconocidos,
los -para mí -difuminados
en la magia del tiempo.
Contra las estructuras
de metal y de vidrio nocturno
rebotan las palabras aún sin forma,
consagradas en el torbellino helado,
y no me hacen llorar.
Yo ya no sé llorar. ¡Y mira que he llorado!
II
Yo ya no lloro,
excepto por aquello que algún día
me hizo llorar:
los aviones que proclamaban
que todo había terminado;
la estación amarilla diluida en la noche
en la que coincidían, tan sólo unos instantes,
el tren que partía hacia el norte
y el que partía hacia el oeste
y jamás volverían a encontrarse;
y la voz de Juan Rulfo: «diles que no me maten»;
y la malagueña canaria;
y la niña mendiga de Lisboa
que me pidió un «besiño».
Yo ya no lloro.
Ni siquiera cuando recuerdo
lo que aún me queda por llorar.
José Hierro
domingo, 4 de abril de 2010
Pulmón de vacío
Pulmón. Vacío. W.
Qi.
Yin.
Y respirar
en aperturas pequeñas de la mariposa.
Big -
Bang.
Mecánica del corazón.
Luisa Miñana
sábado, 3 de abril de 2010
Los colores de Astartet
los más bellos pañuelos de seda, si pudiera comprárselos, camina por la calle
entre los brazos del chico morenísimo
al compás:
- una sabiduría que sólo corresponde a la naturaleza.
Astartet, top amarillo y un pantalón naranja
más ceñidos a su cuerpo
que la respiración de él, cuesta abajo por la avenida de Puente Virrey.
Ella, mujer
a la que siglos de lluvia han puesto al descubierto exactamente en este lugar,
que restaura a brochazos los balcones del barrio,
Top amarillo y pantalón naranja:
la atención. Y no por su alegría,
como hubiera debido.
Y pienso:
¿quién le ha dicho a esta muchacha que no pueda vestir
la túnica de plata de Astartet?
viernes, 2 de abril de 2010
La modelo habla por teléfono con el fotógrafo
Desde que soy intercambiable
me han crecido nombres como extremidades, como ojos, como bocas. Me parezco a los cuadros de Warhol y a los ceniceros de los hoteles, a una diosa oriental
Con todas las bocas te llamo y con todos los ojos. Con todas las extremidades podría abrazarme a ti, pues he aprendido desde niña en los documentales que en cualquier país la lluvia es verde y negro el sueño que no llega
Mi tiempo es el tiempo en que puedes mirarme, porque no habito espacio ni sol más allá de este cordón umbilical que a veces es un árbol y muchas otras la carretera que da la vuelta al mundo
Todas mis variaciones que tú amas las he diseminado por el mundo porque alcanza mi deseo para multiplicarme por todas las antenas y pantallas: seré cualquier mujer que tú alimentes o maldigas
Tengo los dedos fríos de quedarme pegada a la fachada de cristal de mi oficina. Vivo en el polo Sur, en medio de la gran tranquilidad, concentrada en el trabajo de posar para ti
a todas horas
ante esta web-cam
Ya no estoy en los catálogos de tus exposiciones, y solamente viajo los fines de semana para alojarme en los hoteles por donde tú has pasado y entiendo que ser libre en este mundo de teléfonos
es una forma de ser intercambiable.
Luisa Miñana
jueves, 1 de abril de 2010
Estampa
Dejo que el sol benigno de esta mañana llegue y me reconozca
entre los rascacielos y los postes eléctricos y los viejos solares
del casco antiguo de la ciudad.
Que me siga por
las calles abarrotadas de gente a la que conozco y puedo saludar.
Sobre la desesperación.
Que me encuentre a mi sola y a nadie más: mi piel delimitada en mí.
Dan ganas de quitarse la ropa, de tenderse en cualquier
parterre de esta acera y descansar.
Luisa Miñana