viernes, 30 de abril de 2010
Del canto XIX de EPÍSTOLA DESDE CIMERIA
Pienso en los años que levantaban una esquina
del velo que cubría la fealdad de este mundo.
En el lienzo esbozado tan sólo, y engañoso,
y en el confiado y largo día que no pudieron arrebatarnos.
Nuestros humildes goces me llueven aún en la memoria.
Todas las risas que hicieron temblar tus paredes.
Pero un ruiseñor fue a morir sobre tu pecho,
y con él murió la estación y cayó el último velo:
el mundo estaba allí, carbonizado escenario.
Yo llegué a lo alto de una colina, con mi abrigo negro,
y de mí surgió un viento que arrastró las cenizas;
con el poder que otorga el espectro de lo humilde,
el de la muerta lágrima o el del último ruiseñor.
Líneas de un inarticulado drama,
y gestos fantasmales, y otros aún no encarnados,
cruzaban la desierta escena.
Había que aprender el dolor de las réplicas y contrarréplicas,
había que saltar a la escena más pronto o más tarde.
Y un soplo de ceniza que fue verso
se arremolinó en el vacío sobre las tablas.
Ángel Sobreviela
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