En el cielo del tiempo
sin nombre,
la historia arranca
pasiones, ensoñaciones,
lecciones magistrales
de los muertos y,
finalmente,
a un sinnada o sinnadie,
ciego feliz que,
no viendo las rosas,
escupía a sus espinas.
A la misma hora,
un ángel transparente,
adaptado a los usos
y costumbres
de la época,
se hace visible:
una mujer escribe.
Ángeles Basanta Fernández
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