Con las últimas cicatrices del alba, una evasión de ajedreas
vuelve a los claustros donde el sollozo de las ocarinas desgasta el
paso de una criatura que se oculta entre lápidas y cuya palidez
despierta en las túnicas de las vírgenes un estrépito de rosarios, un
acoso de lenguas que enmudece las celdas cuando en el hueco de
un beso deja su plumaje de escarcha.
José Antonio Conde
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