lunes, 13 de septiembre de 2010
Vengo a decir
Vengo a decir que me encontraba
buscándote
o esperándote.
Sólo por conocer a quién amaba.
No recuerdo la canción.
Y sí la llantera.
No recuerdo la noche.
Y sí su tiritera.
Vengo a decir que fue difícil espuela
tu añoranza,
tu evocación.
Sólo por dar hiato a quien, hoy, me cela.
No recuerdo la cabalgada.
Y sí la montura.
No recuerdo la carrera.
Y sí su hendidura.
Vengo a decir que fue distante sino
anhelarte,
presentirte.
Sólo mistificar de tu enjuague mi destino.
No recuerdo la brújula.
Y sí el camino.
No recuerdo el horizonte.
Y sí un norte confundido.
Vengo a decir que fue intuición
tu talle erguido,
o tu postura.
Sólo ser letra de mi ambición.
No recuerdo el poema.
Y sí la cadencia.
No recuerdo la estrofa.
Y sí tu ausencia.
Y vengo a decirte, aún a riesgo
de descubrir mi talón tan protegido,
que eres cisma y sempiterno sesgo
donde cayó, frágil, el futuro invertido.
Y, loca de ternura, en tal manera,
vengo a decir que, siendo mansedumbre,
eres la bestia y eres la fiera
donde calmo mi tosca raidumbre.
Si descubrir afanes
es mi propia traición,
vengo a decirte,
tranquilamente,
que eres acento,
hiato y sinéresis
en mi preclara pretensión.
No hay mal que tú no sanes
ni estribillo que no acompases.
Sin ti todo fue mera ficción
y sentires fueron ademanes.
Y ya que quemé una treintena
recreándome en tu hallazgo,
déjame ser la lágrima en tu pena
y la obra de arte en tu mecenazgo.
Como yo, poco labio te habló
de alma, de vida o de sus teoremas.
Ningún espíritu mi amor halló
en poco o mucho que tú no temas.
Y ahora, despojada de armadura,
vengo a decirte,
quizá arcaicamente,
que lista o tonta,
alegre o triste,
no soy más reflejo
que aquello
que ya tú viste...
Si poco, lo siento.
Si justo, me alegro.
Si mucho, mi ego resiento.
¿Cuándo coloreaste de blanco un océano negro?
Vengo a decir que no recuerdo el dónde.
Y sí el momento.
Vengo a decir que no recuerdo el cómo.
Y sí su sentimiento.
Y vengo a decirte que tu beso
en mi labio enhebrado
no fue bálsamo y sí el bautizo
de una infiel de eterno amor confeso.
¡Enajenado!
Porque sin ti las cicatrices nunca llegaron
y las heridas, en mi dermis, fueron siempre
salva de sangre que mi luna jamás aclamaron.
Y ahora, que eres sagrario de mi vena,
no hay ni un sollozo, ni una tristeza
y no me rinde ninguna estrella,
en relojes de nocturnidad,
al abismo de lágrima o de pena.
Vengo a decirte, con claro descaro,
que acaparas minutos y horas,
que descubre el enigma raro
el navío que en mis peñascos escoras,
que eres la savia y no el alimento
donde almibaro el salitre de mi lamento.
Vengo a decirte, el alma en vilo,
que eres el aire que yo respiro.
En conclusión,
vengo a decirte y decirme
que no conozco más vida
que la de, en tu vida, yo, morirme...
Verónica Victoria Romero Reyes
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