En el arcén de la costumbre.
En el paraje angosto donde yace el herido
y el ave posa su candor de presa.
En la lengua interminable
por la que el romero huye sin volver la vista,
terco,
pertrechado en la excusa de su rumbo.
Allí resido.
Allí resisto sin queja al cuervo de la duda
en su afán por hendirme un pico en el hígado
- a mí, que sólo he visto el fuego en los anuncios
y ni siquiera creo en dioses -.
Sin ternos ni harapos,
vestido con ropa de calle,
asisto impasible al desfile de las modas
que, al estallar, cubren el aire de humo
y pavesas.
En el arcén de la costumbre.
Entre amapolas y alquitrán,
fronteras del asombro y afluentes del canto
- las dos arterias del espacio fértil -.
Al este del ciclón y al oeste del olvido.
Miguel Carcasona
jueves, 9 de febrero de 2012
EN EL ARCEN DE LA COSTUMBRE
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