Metimos las manos en la tierra
y salieron negras,
luego las metimos en el fuego
y salieron rojas,
las metimos en el agua
y nos echamos a reír:
ya éramos albañiles
capaces de elegir bien cada piedra
de tirar una plomada
de levantar paredes impecables,
negras
con piedras que al atardecer
parecen leña
apilada
contra la noche
y el viento que sopla
sin que nadie sepa jamás
cómo guarecerse
del que sopla por dentro
Alfonso Armada
martes, 3 de abril de 2012
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