viernes, 27 de abril de 2012

El latido es ya pálido





La tarde mortecina, como el cristal sucio que los animales
han lamido,
llega, y hay murmullos de humo, de sudores, de
nieve,
cuando suena el teléfono, eres tú, lamentando como siempre,
como aquel día de navidad, como la mañana
cuando te levantaste y estaban las tazas del desayuno
rotas
en el cubo de la basura,
que has intentado ser libre a tu manera, ah, pájaro enjaulado,
pobre, como un papel sobre el que la caligrafía de tinta secreta
ha escrito algo
que jamás se leerá.

Mejor que el aire congele las palabras,
que atraviese los ventanales abiertos, el aire, blanco, mejor,
pues el latido es ya pálido, y nosotros
nada podemos añadir
al alud que se produjo hace tiempo, en la estación
de las cobardías y el incienso.

Esperamos la cabalgada de la muerte. Qué
hermosos y pálidos somos, como húsares de película.
Ya es tarde para rendirse, también para cabalgar.
La edad,
como vencejo de plomo, exhibe su corona de rosa extranjera.

No hables de los que han recorrido el desierto, y
otros continentes, y surcado mares a los que ponen nombre,
porque sus rostros se han difuminado,
y sus apellidos huelen a óxido,
y sus mujeres guiñan ante el espejo cubierto con tela morada.

Llamarás otro día, rodeado de clérigos
y niñas, orgulloso de agonizar con la vieja canción
en los labios.




José Luis Rodríguez García




1 comentario:

Carlos dijo...

Una vez más maravilloso...