Pequeño y arrugado que pasas
invisible,
arrastrando los pies, junto al muro
de piedra,
buscando un hueco al sol,
rodeado de perros hambrientos
de caricias,
con séquito de moscas
que se acercan golosas a robar tus
migajas.
Altivo y humillado,
nunca extiendes la mano.
Sólo quieres la calle y tu propio
silencio.
¿Dónde pones los ojos?
¿Qué murmuras?
¿A quién maldices?
Quizás sólo a tu sombra
que no te deja en paz,
que te persigue,
implacable testigo de tu vida.
María Dolores Tolosa
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