De tus ojos
guardo la inocencia.
El leve caer de los párpados
cuando mis labios se juntan con los tuyos.
Los guiños, las miradas esquivas,
tus lágrimas,
que siempre tuvieron que ser mías.
De tu manos
aún conservo las caricias.
El remolino indomable de mi pelo
cuando tus dedos jugueteaban en él.
El escalofrío
de corazones dibujados en mi espalda,
las recuerdo mojadas por tus lágrimas,
que siempre tuvieron que ser mías.
Tu piel,
el aroma que desprendía
me persigue en noches de luna.
Con cada poro sueño,
siempre me arrepiento
de tus mejillas mojadas por tus lágrimas.
Que siempre tuvieron que ser mías.
Tu cuerpo, tu alma, tu vida.
Ahora solo me queda el espejo de la memoria
en el que puedo ver unas lágrimas,
que ahora sí son mías.
Francisco Bermejo
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