martes, 19 de febrero de 2013

STUPOR MUNDI




                                       

Estaba adormilado en el vistoso
sofá recién comprado, imposibilitado
en la práctica para emitir algún juicio
ecuánime, preciso e irrefutable
sobre las trágicas contradicciones
morales que me afligen y torturan
cuando estoy más despierto. No pensaba
en nada establecido de antemano,
deambulaba mi mente por endebles
crujías salpicadas de recuerdos
propiciatorios, aunque al parecer,
los tentáculos de la percepción
se mantenían vigilantes porque
el fugaz aleteo enloquecido
de un canario, adquirido
la víspera, en la jaula
común, me ha conducido
al patio acristalado y deslumbrante,
atiborrado siempre de flores llamativas,
de mi casa natal. Trinos, cadencia,
colisiones de plumas con el rígido alambre
de la enlazada celda suspendida
pellizcan el oído. Poco importa
desde qué parte llega ese galimatías,
si de afuera, infiltrándose
como un virus letal en lo que soy,
o estaba en mí, callado, razonándome.

Cuando expira la infancia, se revela
el mundo como intransitable ciénaga
y sé que en mi memoria, ya menguante,
aunque se oigan las voces del pasado
rectificando errores que cambiaron mi vida,
retumbará su eco, buscando el fin,
como salmones envalentonados
que remontan el río, ignorando carnada
y zarpa, hasta llegar al oscuro naciente
y allí, sus branquias dilatadas
y casi eviscerado,
en el centro de su aniquilación
hacen brillar la luz que alumbra su principio.




Carlos Alcorta


  

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