Tengo diecisiete años y un novio guapísimo.
Como sacado de la portada de la Super-Pop.
Alto, rubio, con su propio negocio.
Vamos, un chollo.
Aunque tiene una pequeña manía:
le gusta controlarlo todo.
Cada día llama unas cinco veces
para saber cómo estoy, si he salido
y con quién.
Un día monta un numerito absurdo
por acompañar a mi hermano a la peluquería.
Otro me recrimina no estar en casa
a las cuatro en punto de la tarde
por salir a tomar café (con mi madre).
Pero mis amigas me recuerdan lo guapísimo que es
como el chico del poster central de la Nuevo Vale.
Una noche
al volver a casa
para la moto en una curva.
Me tiende como una lona sobre el polvo
y me folla compulsivamente.
Grito que no quiero, que pare,
(lo repito hasta que pierdo la cuenta)
pero sigue a lo suyo.
La historia se repite tres veces más.
Hasta que le dejo.
Entonces me golpea e insulta
pero logro huir.
Sobrevivo.
En ese momento me convierto en la puta del pueblo.
Porque cómo se me ocurre dejar a un chico así
tan alto y guapo
vamos, de portada de anuncio.
Desde ese día me gustan más bien discretos,
a ser posible tirando a feos.
Calvos, con la nariz grande,
o incluso algún kilo de más.
Y salvo algún error de cálculo
he ganado con el cambio.
Beatrice Borgia