domingo, 5 de junio de 2011
DEMASIADO COBARDES
No era posible.
Nos sentíamos
demasiado cobardes
para escucharnos.
Y para no herirnos,
escondíamos nuestro
lagarto rojo y verde,
enterrándolo en la hojarasca
de una risa infantil
blanda como el lecho
donde duerme la luna.
Allí, se suicidaba
nuestro vientre, mudo y ciego,
mientras estallaban a escondidas
millones de amapolas
gritando: ámame,
desesperadamente.
Anaís Pérez Layed
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario