contra un microscópico agujero negro.
Parece que en su origen
el Universo estaba vacío de ellos,
poroso como una esponja.
Nada que temer, dicen,
tan solo un pequeño terremoto.
Cuatro grados en la escala Richter,
mientras le atraviesa el corazón a mi planeta
esta bala perdida de algún dios arrogante.
No sé de agujeros negros
ni de curvaturas en el espacio-tiempo,
pero intuyo la nada
apuntando directamente a mi pecho.
El escalofrío reducido al bolsillo de un viejo abrigo,
hallazgo trivial que la casualidad me propone.
Los dedos se abren paso
palpando el infinito
a través del forro desgarrado:
un papel escrito con letras desvaídas,
la entrada de un concierto,
el fósil de un caramelo,
una horquilla oxidada,
la emergencia de un beso.
Y una piedra pulida y pequeña,
talismán de un momento,
arcano interrogante
sobre mi mano perpleja.
Charo de la Varga
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