Todavía resonaba en mis oídos
tu gemido,
todavía las partículas de sudor
pernoctaban en tu piel,
todavía tus manos
se resistían
a abandonar mis cabellos
despeinados por esos dedos
que ahora los peinaban.
Aún quedaba
la penúltima caricia,
el penúltimo beso,
el penúltimo silencio,
el penúltimo…
si todavía quedaba
esa penúltima mirada
cargada de penúltimas
promesas y sueños
teñidos de labios rojos.
El mar fue el penúltimo,
en saber,
ahora quedábamos
tú y yo, para penultimar
todo.
María José Pellejero Letosa
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