No es suficiente precipitarse desde lo alto de tus tacones.
En ocasiones,
la dulzura exige un caché más elevado.
La carne tiembla si el filo traza una horizontal
que pueda unir todo aquello destinado al antojo.
Pero la sangre.
Siempre la sangre interpretando el peor papel posible tras cada picaporte.
Y solo queda un refugio calado de sirimiri.
Moldear el silencio es engañarse,
es evitar el desplome de un cuarto en el que cabe uno.
Volver a la infancia como solución.
El cese de los interruptores cuando se trata de un posado,
no es ninguna ingenuidad.
La tregua del consuelo.
Ángel Muñoz Rodríguez
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