La cabeza de uno cuando bebe deja de pertenecer,
y por tanto las pisadas se distraen al dar con el minutero pegajoso
capaz de esconder entre sus vaivenes
la astilla de la duda.
Querer hilar fino es tan precipitado si a tus pies no quiere asomar nada,
que la tijera desconoce dónde recortar.
Ya no el pájaro,
ni los alfileres entre la carne y la uña.
Lastrarse no facilita el complejo de tubería
por la que todo se echa a perder
en un sirimiri de ecuaciones inacabadas.
El viento
puede ser una forma de maquillaje.
Ángel Muñoz Rodríguez
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