Al pastor alemán que tú recuerdas, trotando por tu infancia,
lo atropelló un tractor cuando creciste.
Se nos cayeron luego los vencejos,
como guantes raídos, de las tardes azules,
tardes de manos llenas, cielo bajo.
Miro cómo mi abuela,
los ojos muy abiertos, fervorosa,
está exprimiendo un zumo en la cocina;
miro temblar sus manos, debajo de esas manos
miro girar el sol, aroma antiguo,
sangre pura del tiempo más redondo,
corazón de naranja que aún nos ciega.
No queremos morirnos, no queremos…
La miro y habla sola en la cocina,
mientras exprime un zumo como quien reza un salmo,
apura la inocencia y el candor, bebe memoria.
Miro temblar sus manos. Y el almendruco estéril,
la tapia; blanco sucio para trepar de sed,
amarga adolescencia, fruta viva.
Son cosas que brillaron antes de que te fueras.
Martha Asunción Alonso
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