En las otrora compactas oleadas
de aguerridos jinetes como fuimos,
el fuego graneado de la muerte
va sembrando de ausencias nuestras filas
y al surco de la tierra vuelan
íntimas semillas de memoria.
Seguimos cabalgando, a la carga. Siempre a la carga.
Con la lanza de la vida en ristre
por un estéril campo de batalla,
erial de flores agostadas,
páramo de sombras y azabaches.
La avalancha de los viejos tiempos, que nunca volverán,
son sólo ya presagio del encuentro inapelable
con la bala perdida,
que desde el otro lado de la luna,
vendrá a matarnos.
Eugenio Mateo
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