Llueven destellos de delirio sobre las posiciones de primera línea,
soledades y barro pavonan con miedo los laureles de las encomiendas
y la próxima granada arrancará de cuajo cualquier miembro al descubierto.
Por la tierra de nadie nada se mueve desde la húmeda capota de la noche
pero acecha la muerte en busca de objetivo sin depender bandera.
Han traído las glebas del destino las manos que cavaron las trincheras
y unas armas herrumbrosas e inservibles vinieron a imponer el cuerpo a cuerpo.
Se escriben mensajes en la tregua del momento con botellas
que navegan por mares carentes de respuestas.
Desde los mullidos sillones de la retaguardia
no se publica ya la lista diaria de las bajas,
el cariz del pretexto resulta tan inútil como absurdo.
Viendo a los cuervos vaciar las cuencas de los ojos de los muertos
se despierta con alerta la conciencia dormida mucho tiempo.
La decisión es propia, se puede ser un desertor valiente,
si acaso el valor se pudiera medir por el número de heridas,
y ponerse en pie con las manos en alto, sin rendirse.
Abandonar el campo de batalla con la vida puesta como único trofeo,
sin temor al tiro por la espalda.
Eugenio Mateo
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