En ese silencio, los cordones de los zapatos cruzan los orificios
de las orejas,
la cisterna del water deja caer la catarata del Niágara, un estruendo
que no llega a romper ese maldito mutismo...
Soplo la vela, recojo mis pendientes , cruje el suelo y a la persiana
le da un espasmo.
La cremallera de mis botas ha sesgado el dormitorio.
A mi espalda suena el cinturón de los vaqueros, la despedida.
Piso el papel de un bombón y dos besos.
Y desde la otra habitación, a la que ha ido a buscar no sé el qué,
me abraza, me retira el pelo y le dice a mi cuello que las princesas
rubias se quedan sordas al amanecer.
Isabel Izquierdo
miércoles, 27 de julio de 2011
En ese silencio
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