Este cielo –archipiélago encendido sobre los
cráneos- será prodigio renovado cada noche,
mientras los ojos se abran al fulgor que llega
tardío a las retinas, fogata de un náufrago
muerto hace tiempo. Nuestras cuencas rastrean
algún signo, alguna hoja de ruta en los astros
convalecientes de un esplendor remoto, como si
custodiaran algo que nos pertenece en su pulso
quebrado por la longitud del viaje.
Traducimos en belleza ese furor de polvo y
gases y luz a la deriva: diáspora que sólo
encuentra permanencia en nuestra frente.
[Cielo nocturno]
Laura Giordani
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