Aún no ha sido creado el Dios
que consiga
arrebatarme la fe.
Yo creo en el vacío
de la verborrea del hombre urbano.
Yo creo en el no valor
de los fáciles compromisos.
Yo creo en esa duda
en la hora fatal de la tarde
y en la gran conferencia de los paroxismos trasnochados.
Yo creo en las risas
escondidas en una sonrisa;
y en la sonrisa
que se oculta en una lágrima.
Yo creo en el amor
que no hace falta pronunciar.
Yo creo en lo humillante
y lo sometedor
con que a veces el sexo amenaza,
y en el éxtasis virginal
del sexo sublimado
en la caricia
y el beso.
Yo creo en la Madre Puta y Maruja
que parió esta tierra de hijos
medianos mediocres.
Yo creo en las modas que,
antes de sellar todo labio,
incitan las sonrisas.
Yo creo en el rugido del motor
a rendimiento perfecto
de la no revolución engullendo
el asidero de las ya pocas cosas ciertas.
Yo creo en el vértigo
de la hipoteca del vivir,
y en todo cuanto especulan
tras el pago de la última letra.
Yo creo en cuanto revelan
los silencios del sinsentido
de un sábado noche.
En los caminos
señalados por carteles de neón,
en el oficio sin beneficio
de quienes no tienen nada que hacer.
Yo creo en los post-
en los meta-
y en los sub-
Yo creo en la irreparable perturbación
de un temor o una verdad,
y en todo cuanto
el tiempo no promete.
Yo creo en la honradez
de quien conjuga estoicamente
la esquizofrenia en el fondo,
la cordura en las formas.
Yo creo en el retorno,
temblor de roca y pueblo,
a la inocencia pacifista
de una Era Infantil.
Yo ya no quiero
sino pisar y jugar la arena
con pies y manos de niño.
Oler la sal, oír las olas
con nariz y orejas de niño.
Yo ya no quiero
sino desnudarme
y entrar
y hacerle el amor al mar,
con pene de niño,
hasta gastar mis fuerzas en la fuerza
que hace a las cosas ser lo que son.
Julio del Pino
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