Entró en crisis
la palabra crisis.
Discursos
que la (H)istoria ya no sabe pronunciar.
(Suave es la noche con su
“¡Lo lo lo looo lo lo looo!”
en dialecto orangután)
El dedo de mi abuelo
se recuerda, en recuerdos de mi madre,
señalándome de niño
y subrayando una sentencia:
«nosotros vivimos una guerra
y fuimos de peor a mejor,
pero estos…
estos que se preparen».
Y yo sin prestar atención,
jugando con mis dos años
esparcidos por el suelo.
Y mientras la prensucha se contenta
con llamarnos millennials
con aires de sociólogo de suplemento dominical,
y dice que no nos gustan los bancos,
ni las hipotecas,
ni pagar con dinero físico,
ni la política,
tratamos de no volvernos locos
entre Telecinco y la MTV,
entre el gym y el ñam [esto no es mío],
entre el peta y el destornillador,
entre las teclas de un iPhone,
entre hacerse un selfie o ser un fashion victim,
un ni-ni o un [introducir término que nadie ha tenido huevos a inventar].
Somos más tontos
de lo que pensáis,
pero, ¡hombres de poca fe!,
aún os tendréis que esforzar más.
Aquí tenéis a vuestros hijos,
borrachos de autocomplacencia,
rescatando entre la farra y la farlopa
indicios de algún origen.
Aquí tenéis a vuestros huérfanos,
rescatando a plazos,
y con intereses,
su propia tradición;
que nada debemos a la copla,
al tapeo o al paro,
y todo
al Banco Santander.
Julio del Pino
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