Aquella noche que el mar
se tragó una porción de tierra,
la sombra del reo
se balanceaba enrejada
con su ropa.
Ni las drogas, ni la enfermedad
sirvieron de diccionarios
cuando el teléfono
interrumpió el silencio con su desenlace: Quien recorre el yermo,
su recompensa – su castigo – es el polvo.
Los descendientes de la Tierra
enmudecieron.
Los ojos de las madres y hermanas doblaron
aquella noche que el mar
se tragó una porción de tierra.
No hubo que preguntar por quién.
La mañana se cubrió con manto oscuro;
las mujeres sus rostros con las manos
para soportar el dolor de la entraña y la sangre.
Madre gastó sus palabras suaves
en un ramo de flores,
y la séptima parte de su alma destrozada.
Incluso yo, que creía ser una isla,
completo en mí mismo,
sentí crecer la marea, resquebrajarse el continente.
Ahora soy un archipiélago
en el piélago de mi madre:
Trémulo y ceniciento
desde aquella noche que el mar
se tragó una porción de tierra.
Adrián Flor
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