Mientras el niño corre en los campos de trigo,
yo tiro mi llave al mar y se convierte en pez.
Todo parece muy fácil.
Los árboles callan por sus hojas caídas
y en los huecos colapsan el tiempo y la oscuridad.
No es extraño que el recuerdo descubra una superficie donde posarse.
La veta metálica donde fermente el olvido.
Crecen flores en las alcantarillas y el río es tan solo una herida seca.
Ya nada respira bajo el asfalto.
Nada, salvo un puñado de uñas y raíces.
Me he perforado las manos para que pasen los hilos de la noche.
No quiero retroceder a la falsa luz.
A veces observo cómo los gatos pasean por las cornisas, despreocupados,
y entonces comprendo que no hay nostalgia en su mirada:
simplemente reflejo.
Simplemente cristal, cables, polvo,
en la angosta geografía del mundo.
Javier Fajarnés Durán
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