Siempre me detengo frente a los mismos charcos,
los precisos charcos de agua negra.
En el parque, el pájaro mudo adormece en su rama
y los astros apagan, uno a uno, los últimos deseos de los hombres.
Un reloj de bolsillo descansa sobre la hierba:
el invierno ha quebrado su complejo mecanismo.
Advierto sombra en las ventanas
y solamente arena, hojas secas y un par de fuentes
en este triste bosque de ciudad.
Ruedan algunas monedas por los caminos,
periódicos usados, las colillas de los viejos...
Mis yemas azules atraen a los insectos de la noche
y yo sencillamente me pregunto:
¿qué sería de nosotros?, ¿qué valor tendría el tiempo rotas
todas las saetas?
Javier Fajarnés Durán
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