El calor de tu cabeza en mi brazo
dejó sus huellas por todas las paredes de mi casa.
El breve cadáver de la tarde manca y el amor,
aún hoy conversan a mi lado.
Mozart envolvía el horizonte. Lo arrullaba sin fe.
Mozart. El destino quiso amordazar a Mozart.
Bajaste en una estación cuyo nombre aún releo
en las noches de insomnio. ¡Qué largas son las noches
en las que uno no puede despertar!
Retomé a Pressburger desaforadamente.
Al instante, levanté la vista del tomo concluido.
Sonreí acaso. ¿Qué oculta Venus con su mano derecha
en el cuadro de Sandro Botticelli?, pregunté.
Granados y su andaluza me anunciaron el final de un
largo viaje.
Me apeé en el andén de una estación cuyo nombre ya he
olvidado.
El
tren,
sobre
las aguas, sabe la canción de los años
deshauciados.
Al otro lado de la nada, un director de orquesta quisiera dirigir
la marcha fúnebre de la evanescencia,
pero no tiene con qué tomar la batuta.
Venus, en su concha, rebosa rubor.
Hazme caso, no leas a Pressburger.
Quizá mañana te deje mi teléfono.
Daniel Izquierdo
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