¿Qué pensará el tipo que vive adentro del ratón Mickey, en los 40 grados de Orlando, cubierto de un peluche de 10 cm de espesor, cuando te ve pasar frente al castillo de los cuentos de hadas? ¿Se preguntará de qué reino llegaste, tan alta, tan hermosa, con esas piernas tan largas? ¿Te habrá visto pasar mientras daba unos saltitos como de alegría que lo depositaban junto a la familia en pose para la foto, y el sudor le bajaba por la frente y por la espalda? ¿Acaso calculaba, cuando pasaste, el coeficiente de felicidad que su presencia produce en el mundo, y se distrajo al verte? ¿Se habrá preguntado qué hacía él ahí, qué hacías vos ahí, qué cantidad de fotos llevaba acumuladas en el día? ¿Se preguntan los ratones esas cosas? No digo Pluto, tan boludo, pero Mickey, roedor insignia ¿se habrá preguntado a qué lugar del castillo te llevaban tus piernas? ¿Es posible saber, o tan siquiera sospechar, qué preguntas se hace el ratón Mickey, de sonrisa indeleble? ¿Tiene lo que se dice “vida interior”? ¿O todo lo que piensa, suda y siente es lo que piensa, suda y siente el tipo que lleva adentro? ¿Y qué cosas le preocupan de verdad al tipo que está siendo digerido por el ratón Mickey? ¿La cantidad de fotos/hora que produce? ¿La situación en Medio Oriente? ¿Un brote incontenible de ébola en Miami? ¿La íntima y secreta felicidad de las hadas? ¿La longitud del par de piernas que se cruzan? ¿Cobrará por foto? ¿Cobrará por hora? ¿Recibirá un plus si alcanza o supera cierto nivel en los índices de íntima felicidad de los turistas? ¿Se preguntará, en ese caso, desde una perspectiva estrictamente profesional, a cuánto asciende tu coeficiente de felicidad? ¿Y se preguntará, en ese caso, desde una perspectiva estrictamente profesional, a cuánto asciende el coeficiente de felicidad de tu esposo, que llega con tu hija de la mano, te dice “princesa”, y prefiere sacarse una foto con Pluto?
Marcelo Díaz
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