El hombre de Saigón cruza el mar de la serenidad. Aparece y desaparece. Ahora está, ahora no está. El hombre que ahora está es una sombra tenue, y el hombre que ahora no está es una sombra en fuga por un túnel invisible. El hombre de Saigón traza un triángulo de hierro, cava una ciudad en la luna. Huele el viento entre los cráteres y desaparece. Ahora está, ahora no está. Los brazos adelante, la espalda en comba y la nariz y los ojos y los pies haciendo mapa en el cuerpo, en la oscuridad. El topo de Saigón es un sensei lunar. Acurrucado bajo la superficie, ve la lluvia de napalm en el jardín de hierro, ve las nubes de fósforo blanco avanzar como en un cuadro expresionista, ve caer los racimos de bombas de los B-52. Cava una ciudad en la luna. Cráteres en la superficie y túneles al centro de la tierra, como ves en esas fotos que pescaste en internet, con un tipo sonriente que se dobla sobre sí para circular por los corredores; más ese mapa de la aviación norteamericana que parece un Pollock.
¡Bienvenidos a Cu Chi!
El guía que ahora está recibe a los turistas y los signos de admiración sostienen las paredes bajo la superficie, y el guía que ahora no está cuenta que el sensei de la luna de Saigón sembró una semilla de serenidad en su cabeza, y la vio germinar en la oscuridad.
Marcelo Díaz
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