...Y un día...
escondió su cara bajo la mesa,
metió su cuerpo en un cajón.
Tras el aparador...
sus cabellos, calcetines y un botón.
La cabeza hundió en el corazón,
y en un dos sin tres, desapareció.
El ropero, sin pantalón,
los cajones sin ropa interior,
sobre la silla, un pañuelo sin adiós.
Pasaron las horas sin despertador,
dormían las sabanas sobre el colchón.
Bajo la almohada, no esperó el camisón.
Ella Abrió la boca,
se comió, masticó, tragó.
Olvidó sus orejas sobre el radiador,
escuchó el grito de su gladiador,
un porqué hecho pregunta,
una zorra, entre signos de admiración.
No hubo llanto, ni tampoco canción.
Austera la habitación,
las ventanas abiertas y un ventilador,
las orejas salieron volando,
tejados y campanarios, sin navegador.
Los oídos...
punzadas, gritos, dolor.
No se provocó el vomito,
jamás se devolvió.
El cobarde... busca.
Ahora ella, insólito caracol.
Entre sombras sale al mundo,
y se esconde con el sol.
La vida a cuenta gotas,
y una eterna indigestión.
Juliet Offenbach
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