jueves, 1 de junio de 2017

NO SE EQUIVOCABAN LOS MAESTROS (museo de bellas artes, versión libre)




Alguien cree estar escribiendo en el fin del mundo,

pero no puede negar que el camión de los helados

está pasando nuevamente por el parque donde

los niños se arremolinan a su alrededor y la



descripción del paisaje no ha cambiado

porque el ojo del que mira no ha cambiado:

confía impertérrito en que el mundo es una

catástrofe tranquila, una reunión de nubes



diríase que de paso por el cielo

sería el único argumento convincente

para encerrarnos a conversar en un café

:de cualquier cosa, menos de las nubes.



Nadie tiene ganas de salvarse de nada

pero sí de tomarse un par de chelas, de

las últimas profecías sobre algún remoto

apocalipsis las palabras tienen poco que



decir: las danzas de la muerte, un anillo

en el dedo de los que no alcanzan a apretarse

el cinturón, aunque nada tengo en ello que

ver la improbable falta de presupuesto:



y es cierto que no sabemos distinguir

como le gusta enrostrarnos a los catedráticos

de las plazas más preciadas entre el cierzo

y el mistral, ok: touché. Así decía mi hermano



cuando hacíamos esgrima con palos de escoba

y terminaba sacándome cresta y media cuando

a los dos se nos pasaba la mano con el ardor de

los guerreros: él moriría poco después, tendido



en una cancha de fútbol, mordiendo no sé

si con desesperación el pasto, de seguro

ya inconsciente, producto de una falla en

el ventrículo derecho del conjunto arterial.



El camión de los helados pasa haciendo sonar

la sirena, los niños están a punto de alcanzarlo y

el conductor sólo piensa en lo fácil que será entregarle

las planillas al supervisor del turno de las mañanas.




Cristián Gómez




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