Recuerdo algunos días,
no puedo definirlos con mucha exactitud
mas los recuerdo ahora
mientras estoy sentado
junto al eco de los trenes que pasan
y el valor se estremece como una rama trémula en otoño.
Llegábamos despacio, improvisando a veces,
mirando a todas partes,
creyendo ser anónimos
surcando los caminos y pendientes
de lugares esquivos
fugitivos del viento y las colinas,
ocultos a la vista del aire delator que nos guiaba.
Mirábamos a ciegas
sin conocer el ritmo de las horas ni sus ocupaciones
y ascendíamos siempre,
-con determinación más con cautela por
árboles previstos
aunque nunca los mismos
para evitar mostrar nuestras costumbres.
Desde arriba
como una panorámica de nuevos territorios
se mostraba de pronto entre las hojas
y probábamos frutos con miedo y con fruición
bajo el frecuente sol del mediodía
o ante la luna llena de ocasiones.
No había más opciones
-aunque ni lo supiéramos-
Era nuestra misión estar allí,
evitar ser oídos y no ser capturados
por extraños guardianes del hastío,
tomar las recompensas
sorteando el peligro apresurado,
quedarnos en la altura robando el horizonte,
saber que no hay dilemas
cuando el destino empuja hacia adelante,
desafiar, al fin, la incertidumbre
de ser feliz sin plazos un instante,
cumplido el objetivo
de frecuentar la dicha de vivir.
Julian Borao
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