Yo resistí la tormenta, Yo derroté mi exilio.
E.P
Arrojarse al mar para que el agua se purifique
sólo lo puede hacer un adolescente vestido
con un uniforme de colegio y en la cara
el espanto de haberlo visto todo
con los ojos abiertos y cerrados,
pero insiste, pero insiste porque
es capaz de soplar más fuerte que el viento
para apagar las velas de una torta que
no celebra ningún cumpleaños,
un pastel maldito, una verdadera delicia
para los amantes de las calorías
y las grasas saturadas, una
receta con la que nuestras madres se aseguran
de que vamos a chuparnos nuestros
dedos delante de nuestros
invitados: enamórense, por favor,
enamórense en nuestro nombre, hagan
realidad eso de que la belleza
será no me acuerdo cuál era el adjetivo
o no será: yo fallé pero lo reconozco
yo también tuve mis tardes en esa plaza
tirados sobre el pasto engendrando
una cuenta de hospital de la que
haríamos por supuesto a otros
responsables, sacudiendo los chalecos,
limpiándonos el pelo de esas huellas
del tiempo perdido, de los dientes
de león heredados incluso
en nuestras ropas interiores,
libérense de ese lastre que significa
graduarse de cualquier cosa
y por lo que más quieran en este mundo
traidor como ninguno de los otros mundos que
conozco: olvídense, olvídense y olvídense.
No importa que la ropa sea prestada
siempre y cuando uno sepa ponérsela,
más importante que llegar sin invitación
es identificar rápidamente al dueño de la casa
averiguar si es hincha o no de algún equipo
y en el caso de haber entrado al velorio equivocado
saludar a la viuda dependiendo de la edad y de cuantos
hijos tenga. El resto se aprende con los años,
las calles de la ciudad se convierten en un mapa
después de mucho haberlas recorrido
cargando con las bolsas del supermercado
y esos libros que no vas a leer ni tampoco necesitas,
para dormir hay que dejar que las ovejas entren
al corral como las palabras que vamos
aprendiendo para derrotar al exilio es imprescindible
una adolescencia que alimente los recuerdos
porque resistir la tormenta es una cosa
otra muy distinta meterse al mar
sabiendo que las olas son un muro
que no necesita obreros ni ladrillos
para formar una casa si estamos dentro
para ser un puente si quisiéramos cruzarlo
ya estaba allí antes de que nadie lo construyera
y seguirá cuando terminemos de derrumbarlo.
Cristián Gómez
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