Y ahora también la tarde
se vuelve nitidez, blancura inesperada
de la nieve, de ese constante vuelo
del invierno
que flota
en la virginidad del copo y de su ritmo.
Y recorre el paisaje,
como enjambre de insectos
delicados o efímeros tal vez,
sin alas ya ni sueños por venir,
pues todo se termina
en la aquietada faz horizontal del suelo
que ahora piso
como si por primera vez lo hubiera hollado.
Veo así tanta calma
que me tiemblan los ojos,
acaso ensimismados,
mirando
la aparente pureza del paisaje,
y la esperanza parte sin nostalgias
tras el pulso hechizado
de algún profundo hueco
que oculte su dolor en el olvido.
¡Qué amable coincidencia!
¡Qué grata la sorpresa en la jornada
mágica de albura
después de tantos días
de vencimiento apático y sombrío!
No duelen ya sus golpes
pues hoy la vida apresta sus deseos
con tanta gratitud
que quizás los presienta,
aunque tan sólo sea
con tímida prudencia.
Y se funde en las hojas, y en las hierbas
que duermen por espantar
el gélido suspiro de las nubes,
diosas grises del agua,
fecundadoras cíclicas del mundo
que comparto nuevamente
en el risueño afán,
enmudecido y blanco,
de esta tarde feliz que me despierta
mientras me alzo crecido en su esplendor.
Julian Borao
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