Para desayunar, pastillas de colores.
Cita con un médico a las diez y con otro a las doce.
A la hora del café me dan los resultados de la “mácula”,
no tengo ni idea de lo que es pero me está dejando ciego.
Quizá dentro de un año esté tuerto o sea invidente,
sin embargo, no moriré porque no se puede morir dos veces.
Soy un cadáver bebiendo en vasitos de plástico
y ceno yogurt, fruta, jeringuillazos, escapándome de cuando en cuando
a la escalera del hospital para poder fumar tabaco.
Cuando consigo dormir
sueño con la estrella más brillante del cielo nocturno
avistada por última vez un mes de abril
antes de enfermar
antes de llegar a dónde la gente viene a morir
antes de que Ella me diera la espalda aquella mañana de piruleta gris.
Lo mejor de todo es que el psiquiatra con su tecnicismo médico
sentencia que estoy loco
que he renunciado abrir los ojos a este mundo
mientras neurótico-compulsivo
describo una y otra vez cómo mis pies desnudos hollan Sirius,
cómo mis labios tiemblan estremecidos cada día de 29 horas
por culpa de una gravedad 10 veces superior a la del planeta tierra.
En esta dimensión he quedado atrapado con mi camisa de fuerza
con sus egoístas correas neuronales
almacenando recuerdos
e imaginando universos paralelos.
¿Loco?
Locos están ellos
no entienden nada de todo.
José Malvís,
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