Tal vez sea el brillo terso,
el intenso rojo,
la piel deslizante,
la incisión central
o mis labios en el perímetro
de cada fruto aún no capado,
pero comer cerezas
y pensar en ti
es tan instantáneo
como el café en tu boca
y tu lengua en mí.
Leeré las primaveras de Neruda
nevando los frutales,
para olvidarme de las horas,
de la indolencia de las labores
y perderme en las ganas
de sólo comer cerezas.
Anabel Consejo
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