Adoro tu mentira
sincera y
adoro,
(sin remedio)
tu voz desafiando
mi lengua.
—Tan besada,
tan buscada…—.
Adoro que me digas
que no es justo
que me vaya
a llamar por
teléfono cuando
es tarde,
cuando reposo aún
en la esencia
—tan fresca—
de tu piel.
Pero lo que más
adoro,
lo que más
me revuelve
los huesos
y el corazón,
es que me sigas
pidiendo
(a deshoras,
mi amor,
cuando menos lo
espero)
que me
case contigo.
Yolanda Sáenz de Tejada
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