Hay un refugio de piedra,
escondido
en un volcán,
con
una luz amarilla
tiritando
en el aloe azul.
La
sombra indefinida que vive allí
abre
su puerta de sésamo,
al
tronar de los cascos salvajes
que
no encuentran su lugar,
y
ofrece una copa de hielo fundido
con
cubitos de fuego helado
que
vuelve suave la sed.
Tiende
en el suelo la capa del viajero
y
lo envuelve en el aroma rosado
de
la sinfonía verde del tiempo gris.
Lo
adormece en la bruma
que
pierde el espacio,
y
le muestra el paisaje sin nombre
de
las costas de nácar
con
crepúsculo añil.
Mara Romero Torres
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